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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
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menor que la de los españoles-; sin embargo el Revillagigedo no nos proporciona cifras de la<br />
ciudad en este sentido en virtud de que se trataba de un padrón militar. De la población integrante<br />
de las castas sólo contamos con los datos arrojados por el padrón de 1791, en el que los castizos<br />
suman 1024, los mestizos 2866 y los pardos y mulatos 3338, tomando en cuenta adultos y niños. Las<br />
cifras anteriores nos hacen suponer que durante el siglo XVI y hasta mediados del XVII hubo<br />
minoría de españoles con respecto a la población indígena. Sorprendentemente, para mediados del<br />
siglo XVIII la población española supera -con poco margen- a la indígena, tal vez debido a las<br />
pestes de que fuera víctima esta última, a la explotación desmedida de que era objeto o al abandono<br />
de los pueblos de indios.<br />
CELAYA Y LA HECHICERÍA<br />
Narra la doctora en historia Solange Alberro, en su monumental obra Inquisición y<br />
sociedad en México, 1571-1700 (FCE, 1981), que en la conocida “Casa del Diezmo de <strong>Celaya</strong>” ocurrió<br />
un hecho terrorífico, allí en el primer patio, cuando encerraron, mataron o quemaron vivas a<br />
muchas personas inconformes con las maneras y modos de ser de los señores Pérez Bocanegra.<br />
Don Hernán, no es necesario preguntar si es sabido o no, fue uno de los crueles que acompañó al<br />
por siempre odiado y sanguinario Nuño de Guzmán, en sus ansiedades de conquista y poder por<br />
el Occidente mexicano (1529). De aquélla Nueva Galicia le cayó al Bajío este señorón de horca y<br />
cuchillo. Claro, había que alegar que hubo una causa: la hechicería. Y es que la Inquisición tuvo<br />
presencia importante en estas tierras, con el ánimo de amedrentar a quienes, rebeldes o irreverentes,<br />
no acataran las leyes ni las órdenes de trabajar de sol a sol. Por otro lado, resulta hasta cómico<br />
enterarnos que <strong>Celaya</strong> era campeona para esto de las denuncias y los chismes llevados a la Inquisición,<br />
respecto a las sospechas o calumnias en materia de brujería y otras artes. Afirma la mencionada<br />
escritora, que en esto superábamos a León, Irapuato, San Miguel, Guanajuato y otros muchos<br />
pueblos juntos, tal como está indicado en la ola de rumores y denuncias que se presentaron en el<br />
período comprendido entre los años 1611 y 1615, cuando los delitos por herejía alcanzaron el 18.9%<br />
del total de los cometidos en ¡toda la Nueva España! Pero resulta aún más curioso saber que tales<br />
delitos eran sobre brujería, hechicería y demás cosas de la incumbencia personal de don Lucífogo<br />
Rocofale, es decir, el diablo. Obvio, si consideramos que hubo aquí un delator llamado don Pedro<br />
Núñez de la Rioja, quien, en un prurito por obtener favores, se dedicó al innoble oficio de buscar<br />
culpables (cual miembro distinguido del Honrado Concejo de la Mesta de los Pastores de Castilla),<br />
a sabiendas de su único y deleznable interés de hombre hundido en el lodazal de la vileza. Es en<br />
uno de estos momentos cuando mueren en la Casa del Diezmo decenas, quizá cientos de indígenas,<br />
negros, mestizos y quizá hasta uno que otro criollo puesto en la mira de los dos Poderes. En realidad,<br />
¿cuáles fueron esos indescriptibles delitos que elevaron a <strong>Celaya</strong> a la punta de la difamación<br />
y la calumnia? Sólo prácticas de magia terapéutica, como hallar objetos perdidos invocando a un<br />
águila, conversar al medio día con el viento debajo de un olivo, dar polvos de Levante para recuperar<br />
el amor perdido u olvidado en día de lluvia o tarde seca, poseer agujas negras metidas en un ala<br />
de gallina blanca, piedras con cruces rojas, granos de maíz tocados por una embarazada al filo de<br />
la media noche, pieles de sapo hervidas en aceite del Santísimo, pretextos, sólo pretextos.