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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />

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de 1722, fecha en que terminó su mandato, fue enterado del pedimento que hacían los naturales de<br />

“las llanuras regadas” “Atlayahualco” o “Bajío”, y dio la orden de fundación en el año de 1718. Sin<br />

embargo, los amos y señores de la tierra aún se opusieron, con la fácil excusa de que los parajes en<br />

cuestión estaban “rancheados”, es decir, rentados; pero el virrey no aceptó sus argumentos y citó<br />

a dueños y abusivos renteros a comparecer ante la autoridad dentro de un plazo establecido de 15<br />

días, para que se les comunicara su determinación, con la sentencia de que quienes no la obedecieran<br />

se buscarían un grave mal. Así, en la sede de la alcaldía mayor de la ya para entonces Muy<br />

Noble y Leal Ciudad de <strong>Celaya</strong> de la Purísima Concepción, comparecieron el capitán don Manuel<br />

de la Cruz Saravia y Vergara, dueño del Aguaje o Guaje (Villagrán), doña Margarita Cano, dueña de<br />

la Hacienda de Comontuoso (hoy Juventino Rosas), don Agustín de Ocio y Ocampo, dueño del<br />

Ajolote o Los Amoles (hoy Cortazar) y don Antonio de Tamayo, dueño de la hacienda de San Bartolomé<br />

del Rincón. Por supuesto que no les gustaron los motivos de la junta, pero con la amenaza<br />

venida de la capital del Reino tuvieron que aceptarla, y fue así que el virrey se curó para siempre<br />

de sus dolores de cabeza y le pidió al obispo de Michoacán que mandara a sus vicarios de <strong>Celaya</strong><br />

a colocar la primera piedra para que levantaran sus capillas y atendieran espiritualmente a los<br />

naturales en cada uno de los cuatro sitios. Mas el ladino alcalde celayense hizo un último esfuerzo<br />

por mantener bajo su control aquellas tierras y no permitió que nadie entrara a la región: ni curas<br />

ni agrimensores. Don Baltasar Zúñiga, al ser enterado del desacato, mandó al alcalde de León y al<br />

teniente general destacado también en aquella villa, aparte del veedor de Su Majestad y del<br />

reverendo padre fray José María Ausquerque, también establecido en León, para que “en nombre<br />

de Dios o del diablo”, ¡de una vez y para siempre jamás ejecutaran esta orden!<br />

Para esto ya corría el año 1721. Pero no importaba, los nuevos pueblos ad ovo habían<br />

de ser fundados, y los naturales ya no tendrían que recorrer largas distancias en pos del auxilio<br />

físico o espiritual, por caminos fangosos, cuando la enfermedad o su condición natural de miseria<br />

los empujaba a ir en busca de comida o de justicia humana. Y así, con todas las de la Ley, el lunes<br />

3 de mayo se realizó la fundación de Comontuoso con la advocación de la Santa Cruz, y al siguiente<br />

día, 4 de mayo, se realizó el trazo del Aguaje con la advocación de la Purísima. El día 5 del mismo<br />

mes le correspondió a Amoles con su advocación de San José, seguramente después de una misa<br />

en que se elevó al Santísimo, como era la costumbre. Y, finalmente, el 16 se trazó San Bartolomé del<br />

Rincón, el más grande de los cuatro, pero el único que nunca pudo independizarse ni de la alcaldía<br />

mayor ni de las alcaldías ordinarias de antes y de ahora. Permaneció y ha permanecido como una<br />

delegación en el destino manifiesto de los que menos tienen. Lo que es la burocracia, habían transcurrido<br />

60 años en que hubo 14 virreyes, once terremotos de regular intensidad, cincuenta y dos<br />

años de muchas lluvias, dos prolongadas erupciones del Popocatépetl, epidemias y algunos intentos<br />

de alzamientos nacionales encabezados por la sufrida gente de las castas, como el negro Yanga,<br />

en Veracruz, continuada, años después, por Jacinto de los Santos Canek, en Yucatán. Pero, finalmente,<br />

los nobles intereses de las mayorías prevalecieron sobre la mezquindad de los terratenientes<br />

y hubo fundación. Aunque en cuanto al San Bartolomé del Rincón, el Rincón de Tamayo tan<br />

querido por la memoria de nuestra poetisa, el dueño de la “casa grande”, aconsejado por adláteres<br />

y prevaricadores a destajo, nunca estuvo de acuerdo en otras relaciones que no fuesen las indispen-

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