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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />

74<br />

SACRIFICADO EN EL MOLINO DE SORIA<br />

NOVIEMBRE 13 DE 1863<br />

Igualmente, el periódico El siglo XIX, de la ciudad de México, en su número 79 del 3 de<br />

abril de 1861, también así lo nombra, al dar cuenta del asesinato del joven ingeniero agrimensor<br />

Antonio Leyva, hijo de un distinguido matrimonio celayense, a manos del temible bandido Lázaro<br />

Ibarburen, a quien apodaban El Lazarino. Este asesinato ocurrió el 23 de marzo de aquel año<br />

(1861), cuando El Lazarino, con sus compinches: Lorenzo Camacho, Joaquín Caballero, José<br />

Almanza “El Alazán” y muchos otros, merodeaban haciendo de las suyas entre <strong>Celaya</strong> y el Molino<br />

de Soria, por donde tenía que pasar a caballo el joven ingeniero, a quien asaltaron y masacraron,<br />

cual solían hacerlo con otras personas. Así lo reseñó El siglo XIX:<br />

“El pasado 23 de marzo del presente 1862, el joven celayense D. Antonio Leyva Estevarena murió<br />

a manos del sanguinario “Lazarino”, cerca del Molino de Soria, mientras el joven recorría los trigales”.<br />

El mismo diario relata la anécdota como un hecho de infinita nobleza por parte de los<br />

hijos de <strong>Celaya</strong>, pues en realidad quien asesinó al joven ingeniero fue José Almanza, por despojarlo<br />

de su caballo y un reloj de leontina. El muchacho volvía de medir los terrenos de la Hacienda de<br />

San Antonio Gallardo (San Juan de la Vega), cuando se topó con la pandilla de asaltantes, comandados<br />

por el temible Ibarburen, la cual, a los pocos meses, con más de cuarenta hombres tomó<br />

<strong>Celaya</strong>, pero fueron derrotados y algunos de ellos muertos o hechos prisioneros por las fuerzas<br />

organizadas y al servicio de los señores hacendados. José Almanza no alcanzó a huir, sino que,<br />

asustado y malherido, por casualidad se refugió en la casa de don Antonio Leyva y doña Antonia<br />

Estevarena, padres de su víctima, quienes, pese a que lo reconocieron de inmediato, no dieron<br />

parte a la autoridad, sino que lo curaron, lo alimentaron y, al final, aun le regalaron un caballo y<br />

veinte pesos para que se alejara de la ciudad, no sin antes desearle buen camino e invitarlo a que<br />

se arrepintiera y que cambiara.<br />

LA BARRANCA DE METLAC<br />

Los padres de doña Emeteria fueron los señores Patricio Valencia, castellano, y la<br />

señora Guadalupe Ibáñez, también española, de San Sebastián. No tuvo hermanos varones, sólo<br />

una hermana de nombre Antonia, la cual, ya grande, contrajo nupcias en <strong>Celaya</strong> con el español<br />

Juan Canelo. En Salamanca pasaban por ser una familia sumamente católica, no faltaban ni a las<br />

misas ni al rosario del templo de San Agustín y en su tienda atendían con generosidad y finas<br />

maneras a sus clientes, los cuales lo mismo iban por un pilón de azúcar que a comprar camisas, un<br />

sombrero de cuatro pedradas, huaraches, tabaco para hacer sus cigarros con las blancas hojas del<br />

maíz: peones, mayordomos, personajes del pueblo, en general, acudían a proveerse de algún plato<br />

de barro rojo, de los traídos de Tarimoro o unas ollas de las panzoncitas de Huandacareo, cebada,<br />

trigo o tramos de cambaya o de aquella otra tela llamada “cabeza de indio”, muy resistente, como<br />

la gente pobre, para las bregas del vivir. Sus dos pequeñas hijas les ayudaban hasta donde sus

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