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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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Crónica de los niños asesinados<br />

Después, María Eugenia San Antonio, la destrozada madre, con su esplendor al hombro, continuó:<br />

“Mi Geo se fue con la ilusión de conocer el mar… Hoy cumplo 41 años, pero es como si<br />

de golpe hubiera llegado a los noventa. Este puñal me envejeció. ¿Qué voy a hacer ahora? Vivir por<br />

los tres que aún me quedan. ¿Pero cómo? Ahí está su bicicleta, ¡su mascota!, Nerón…, el pobre ya no<br />

come ni bebe, se ha puesta tan triste como yo. Se va a morir como ella. Se adoraban… Veo sus<br />

fotografías y su ropa, hoy dos veces le servido la sopa que tanto le gustaba”. Y Roberto Corona, el<br />

padre, se agachó: “El pasado 20 de noviembre hicimos un esfuerzo por ir al mar. Georgina no<br />

quería fiesta de quince años, sino conocer el mar. Bueno, dijimos, aunque sea anticipado, démosle<br />

ese gusto, y ya nos íbamos a ir, pero el autobús no se llenó y se pospuso. Ya no tendrá sentido…<br />

Sin ella… Ahora ya está en ese otro mar”. María Eugenia San Antonio vuelve a recordarla, sin soltar<br />

el llanto, ese hilo del sollozo, que se enreda y engrandece el alma. Saca de su memoria las palabras<br />

de una carta que Georgina le dio a leer, en la que sólo le decía: “Mamá, hemos pasado momentos muy<br />

difíciles, pero los habremos de superar para pasar una Navidad feliz, todos unidos”. Tampoco esto pudo<br />

ser. Partió antes, se la llevó el último lucero. Sin embargo, Sergio, el hermano mayor, puso un<br />

nacimiento, allí en el departamento de la calle Araucarias, para sentir a Dios más cerca de ellos.<br />

Mientras tanto, los padres de Luis Enrique se resignan. Elvira Betancourt, en su infinita<br />

pena, compadece a los padres y los familiares de los jóvenes. “Ellos, igual, se estarán muriendo de<br />

dolor… Pobre de su mamá, de veras, compadezco a la señora. Como madre la entiendo. Quiero que<br />

sepan que no les guardaremos ninguna clase de rencor”. Lo único que lamenta es que su hijo no<br />

haya muerto de otra forma, por ejemplo, dormido –dice-, pero no con el sufrimiento que habrá<br />

sentido al recibir los golpes de la roca que le partió la frente, las mangas del suéter ahogándolo,<br />

asfixiándolo, privándolo de toda esa luz que es la inocencia. “Nunca vamos a olvidar esa sonrisa<br />

–comenta el padre-. Era un niño muy estudioso, serio, alegre y feliz… Somos católicos. Dios nos<br />

mandará pronto un consuelo. Aquí en la tierra el resto ha de hacerlo la justicia, las leyes”. <strong>Celaya</strong><br />

piensa, <strong>Celaya</strong> opina. <strong>Celaya</strong> se pregunta: ¿Por qué?... A lo lejos las nubes también van derramando<br />

pensamientos.<br />

La prensa escribe que serán 40 años o cincuenta. Da lo mismo que fueran cien o mil<br />

años de cárcel. Nada justifica que dos niños hayan sido las víctimas de una violencia irracional, que<br />

puede andar en auto, en bicicleta, a pie, ser albañil o médico, abogado, policía, notario, tener<br />

veintiuno, quince o cuarenta años.<br />

TRIBUS URBANAS (LOS HIJOS DEL DESALIENTO)<br />

<strong>Celaya</strong> no es ni puede ser la excepción en cuanto a la presencia de grupos humanos<br />

organizados por ideas, actitudes, modos de pensar y de sentir, en cuanto a la conformación de su<br />

cultura. Aquí, al igual que sucedió en Querétaro, el viernes 7 de marzo de 2008, podría haber<br />

enfrentamientos entre estos grupos de jóvenes que, desde algunas páginas de Internet, hacen un<br />

llamado para agredir y golpear a otras bandas, a otras tribus, a otros seres, que, -como sean- son<br />

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