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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
132<br />
El Águila, con sede en Tampico, Tamaulipas, las cuales hasta la fecha continúan sin haberse hecho<br />
efectivas, pues nunca las cobraron y ahora su poseedora es Sarita. Es ella quien explica cómo fue<br />
que llegaron a sus manos y de qué manera el tío de su papá las adquirió:<br />
“Por esos tiempos Lázaro Cárdenas mandó personas a recorrer los pueblos, ofreciendo<br />
inversiones en las compañías petroleras para acabalar de liquidar a los antiguos dueños. Vinieron<br />
a <strong>Celaya</strong>, la gente se enteró que unos ingenieros se hallaban hospedados en el hotel Gómez y<br />
algunos acudieron a informarse acerca de cómo meter allí sus centenarios. Fue así como mi tío José<br />
compró sus cien acciones, metió las cien monedas de oro que hoy conservo convertidas en papel.<br />
Quién sabe si aún sean valederas. Alguna vez Cuauhtémoc Cárdenas, andando en su campaña por<br />
el PRD, me dijo que sí, que abriera un juicio. Lo iba a hacer, pero se me atravesó en el camino aquélla<br />
otra apuración de la que todos se enteraron: mis diferencias con el padre Parra, quien despojó<br />
de todos sus haberes a mi prima Luisa, para llenar de lujos a la mujer con la que procreó cinco<br />
hijos… En cambio, mi papá le entró a un mejor negocio y pudo hacerse del casco de la hacienda,<br />
más doscientas treinta y tres hectáreas. Él, aconsejado por su padre, le hizo caso al amo y gracias<br />
a él pudo hasta casarse y tener todavía hijos: primero a mí, después a Guadalupe, ya en la hacienda,<br />
en la que a los seis años yo me sentaba junto a una fuente y una camelina, donde la maestra Bernardita<br />
me enseñaba a leer y escribir, un poco antes de que escucháramos decir a mi mamá, secándose<br />
las manos húmedas en un mandil blanco, un día, a la hora de comer:<br />
-Tenemos que mandar a esta niña a una escuela de alcurnia, fuera de aquí, a una que sí<br />
sea colegio…, a <strong>Celaya</strong>, donde aprenda que la vida no es sólo andar de vaga, paseando a su gata<br />
Cuca en esa carreolita de madera, ni subirse a los mezquites a buscar nidos ni andar por el arroyo<br />
del Varal cabestreando palabras, con peligro de que hasta le caiga una centella a la marota”.<br />
Fue el amo quien convenció a Guadalupe de que se hiciera de una parte de aquel<br />
mundo dorado, donde las espigas y las tardes olían a cuervos y crepúsculo. Pero también a<br />
antiguas lluvias y no pocas cosechas. Le sembró en la alegría aquel comentario, para que no fuera<br />
otro el que viniera a poseer la casa y esas tierras…<br />
No es lo mesmo arrear la yunta<br />
ni gritarles güeyes viejos,<br />
si en llegando al cornejal<br />
se conoce a los pendejos…<br />
Le había recitado, a su manera, aquel militar, del que nadie jamás supo explicar quién<br />
era, ni cómo se llamaba, ni por qué visitaba a Petronilo… Algunos murmuraban que era hijo natural<br />
de don Tomás Martínez, que se había involucrado en el ejército villista, y que, durante los Combates<br />
de <strong>Celaya</strong>, tras la derrota del Centauro, se fue a esconder a la hacienda de San Antonio del<br />
Rincón. Que él y el hacendado se decían compadres porque en la plaza de <strong>Celaya</strong> había Gobierno<br />
Federal. Que era mejor así… Otros aseguraban que era alguien de la familia Caballero, la cual, antes