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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
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buenos amigos desde antes de emparentar civilmente, cuando se conocieron en Veracruz, mientras<br />
Luis recorría la república promoviendo las famosas máquinas de coser. Pero al parecer a Luis<br />
nunca se le ofrecía nada, jamás se le ocurriría ninguna cosa de esta índole, hasta que llegó ese día…<br />
-Oye, Miguel –le dijo aquélla tarde, en Los Pinos-, en reiteradas ocasiones me has preguntado que<br />
por qué no te pido nada, que por qué no le agarro la palabra al Presidente de México cuando se<br />
pone a mis órdenes en todo lo que se me ofrezca.<br />
-Así es –respondió Alemán-. Y lo sostengo.<br />
-Pues quiero comentarte que ahora sí voy a pedirte algo.<br />
-Tú dirás, siempre he estado esperando este momento.<br />
-Quiero que me ayudes a cumplir dos sueños: el primero, que me permitas, durante algunos meses,<br />
acompañarte a Palacio Nacional.<br />
Alemán se sorprendió.<br />
-¿Y eso?<br />
-No te alarmes, sólo quiero saber qué se siente ir por la ciudad al lado del Presidente de todos los<br />
mexicanos.<br />
-¡Vamos, hombre! –exclamó el mandatario-. Dalo por hecho… ¿Y el segundo?<br />
-Ése te lo revelaré después, –le respondió, sonriente y cándido como un adolescente.<br />
-Pues entonces no se hable más, desde mañana vendrás conmigo en el vehículo presidencial. Desayunas<br />
con nosotros en Los Pinos, y enseguida abordamos el coche ¿te parece?<br />
-Me parece.<br />
Y así, como en un cuento, Luis Velasco y Mendoza acompañó a Miguel Alemán en su<br />
recorrido diario desde Chapultepec hasta el Zócalo, a bordo del vehículo oficial, custodiado por<br />
generales y motocicletas. Todos los días, de lunes a viernes, desayunaba con su hermana y su<br />
cuñado, viajaba a Palacio y posteriormente, ya a pie y solo, se alejaba de allí para irse a su oficina<br />
de la Sínger. A las dos o tres semanas de esta rutina, Miguel Alemán descubrió el contenido de tan<br />
extraña petición: cuando ambos llegaban a Palacio, obviamente que eran observados por la gente<br />
que paseaba por el Zócalo, salía de catedral o esperaba ver pasar al Presidente, con la esperanza de<br />
saludarlo o entregarle personalmente algún recado, carta o petición. Y fue don Luis precisamente<br />
este conducto; así lo había planeado él y así ocurrió: a los once días de haberse “ventaneado” públicamente<br />
con Alemán, un humilde hombre que siempre los veía entrar, al notar que don Luis salía<br />
enseguida, ya solo y sin escolta, se atrevió a preguntarle su parentesco o cercanía política con el<br />
Presidente, a lo que don Luis respondió que “nada más eran cuñados”.<br />
-Válgame –exclamó el personaje- Yo llevo aquí meses, tratando de entregarle esta carta. Hágame<br />
usted ese favor… Usted que lo ve todos los días, es una petición que le hago para que nos ayude a<br />
resolver un problema agrario allá en mi pueblo.<br />
Y fue así como don Luis se convirtió en el cartero oficial de quienes querían hacerle<br />
llegar al Presidente sus solicitudes pero no podían. Cada mañana, a la salida de Palacio, recogía en