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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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impusieron el nombre de Alfredo. Su progenitor, don David Ojeda Rivera; su madre, doña Ma.<br />

Guadalupe Villagómez Ríos. Ellos lo criaron con esmero al parejo que su numerosa prole. Con el<br />

andar de los tiempos, el chaval mostraría inquietudes y aptitudes artísticas premonitorias, que al<br />

corto plazo lo llevarían a conquistar grandes espacios y escalar los más altos peldaños rumbo a sus<br />

más dorados sueños. Para ello, y apenas cargando 16, metamorfoseó sus saberes empíricos en<br />

académicos: pasó 2 calendarios inmerso entre ideas, telas, pinceles y pigmentos en la Escuela<br />

Nacional de Pintura y Escultura de la ciudad de México, mejor conocida como ‘La Esmeralda’,<br />

donde enseñaban por esos días dibujo, composición y pintura, maestros como Diego Rivera y<br />

Frida Khalo. En ese lugar, el joven salvaterrense conoció al también pintor guanajuatense José<br />

Chávez Morado. Y de ese crisol de artistas emergió Alfredo, en 1940, cargando un costal de juveniles<br />

ilusiones, con un grupo de pujantes camaradas generacionales denominado “La Cuña”, con<br />

quienes expuso sus trabajos en el vestíbulo del Palacio de Bellas Artes. Ojeda mostró once telas de<br />

varios temas, tanto al óleo como al temple… Enseguida y mientras terminaba de fraguar el artista,<br />

sucedieron otros asuntos en el transcurrir de su primera etapa adulta: casó, fue jugador de fútbol,<br />

cantador, ranchero, constructor, arrendador de inmuebles y comerciante exitoso... Después, frente<br />

a la necesidad que sus retoños brincaran a un peldaño superior de educación, mudó prole, casa e<br />

ilusiones del rumbo salvaterrense del Lerma al celayense tresguerrista, donde abrazó con su habitual<br />

tesón menesteres varios que incluían, por supuesto, el pintar en caballete temáticas variadas,<br />

que hacía tiempo ya ejercía con oficio, solvencia, eficiencia y el desparpajo propio de los versados<br />

en ese esquivo oficio artístico. Pero sus mejores talentos y sentimientos los vaciaría el pintor Ojeda<br />

en su esencial tarea de vida. Sería al finalizar los años 50 que el destino que todo lo ve, teje, desteje<br />

e hila, le lanzó un reto que ya le tenía reservado, el cual, si para la mayoría de los mortales sería un<br />

atemorizador asunto, no lo fue para él, quien, emocionado, puso manos a la obra, y sin proponérselo,<br />

de esa manera lo encaminaría a un nicho de inmortalidad: El artista fue requerido para afrontar<br />

el gran desafío de plasmar, en añejos muros, varios pasajes medulares del Nuevo Testamento,<br />

que incluían una mítica imagen de Francisco de Asís bajando de la Cruz a Jesús ya muerto. Diez<br />

murales marcarían su vida para siempre. El templo franciscano de La Santa Cruz en la ciudad de<br />

Juventino Rosas, Guanajuato, sería el primer lugar en que crearía, en gigantesco formato, cuatro<br />

monumentales temas bíblicos. Así, y luego de haber aceptado el gran reto muralístico, de un día<br />

para otro y ante la mirada curiosa de la rezadora feligresía mañanera, se le vio inmerso en diversos<br />

menesteres, madrugándole al gallo, adelantándose a los pesarosos tañeres, trepando y bajando<br />

andamios, ideando, hurgando historia, dibujando, resolviendo, trazando, aplicando color, borrando,<br />

corrigiendo y volviendo insistentemente a colorear… Todo ello salpicado de largas y profundas<br />

cavilaciones y reflexiones en las que sólo se escuchaba el silencio. De ese modo, fueron tomando<br />

forma las ideas a manera de mensajes: el cielo, las nubes, los cerros, los árboles y, en ese ambiente<br />

impresionantemente místico, Francisco de Asís abrasado de serenidad mística, bajando de la cruz,<br />

en el Monte Calvario de Jerusalén, el cuerpo inerte de Jesús de Nazaret, hijo de Dios…Corría presuroso<br />

el ya lejano año del 1959. Concluido este primerísimo monumental mural, los geniales pinceles<br />

siguieron al hilo y con el mismo entusiasmo, ritmo y frenesí, casi sin pausa los temas de: “Oración<br />

nocturna de Francisco de Asís”, “Sta. Elena encuentra la Santa Cruz en el Monte Calvario,<br />

Jerusalén” y “La Sta. Cruz es recuperada de los Persas e introducida a Jerusalén por el emperador<br />

Heraclio. Año 630”. (Jorge Ojeda Guevara).<br />

Epílogo<br />

201

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