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El Arte de llamarse Octavio Ocampo<br />
Sin embargo, para Octavio lo más importante fue pintar en la escuela su primer mural.<br />
Éste le permitió más tarde pintar la escalera de acceso a la Presidencia Municipal de <strong>Celaya</strong>. De ahí<br />
al reconocimiento dio otro paso con la ayuda de Ruth, la hija más querida de Diego Rivera, quien<br />
le consiguió una beca para estudiar en la capital. María Luisa, la China Mendoza, y Eduardo<br />
Deschamps admiraron esos primeros murales y la China, con la vehemencia que la caracteriza,<br />
conminó a don Ángel: “Usted tiene una responsabilidad con México y con la humanidad entera. Su<br />
hijo debe ir a México D. F. a estudiar arte”. Dicho y hecho. Impresionado por la China, envió no<br />
sólo a Octavio a La Esmeralda sino a Ángel, el mayor, a aprender diseño y artesanías en la Escuela<br />
de la Ciudadela. Allí sí Octavio sacó las mejores calificaciones guiado por sus maestros Feliciano<br />
Pea, Santos Balmori, Fernando Castro Pacheco, Jorge González Camarena y Antonio Rodríguez.<br />
Terminó su carrera en cinco años. A los dos hermanos Ocampo todavía les dio tiempo de trabajar<br />
con Héctor Azar y la escenografía mexicana ganó entonces a dos extraordinarios diseñadores. Y<br />
no sólo eso, también a dos actores a las órdenes de José Luis Ibáñez, Juan José Gurrola, Miguel<br />
Sabido, André Moreau y sobretodo, Julio Castillo. El cine también atrajo a los hermanos y Octavio<br />
dirigió el departamento de escenografía de los estudios América. Ciento veinte películas se filmaron<br />
en cuatro foros y un pequeño backlot. Entre 1966 y 1969 junto con Luis Alcoriza, Manuel<br />
Michel, Jorge Fons, Juan Ibáñez y Archibaldo Burns empezaron a hacer películas como Los Caifanes,<br />
compitiendo con Roberto Gavaldón, Emilio Gómez Muriel y Servando González. ¡Ah qué<br />
tiempos esperanzados para el cine! Los estudios América no paraban y se filmaban al mismo<br />
tiempo cuatro películas. Octavio se cansó de ese pandemonium; como Carlos Fuentes, estuvo a<br />
punto de contraer úlcera y para que no le diera escogió zarpar hacia Europa.<br />
Al regreso, Octavio adicto a la metamorfosis, tomó danza con Guillermina Bravo, Ofelia<br />
Medina y Rosa Bracho, cantó con Mónica Miguel, hizo teatro con Julio Castillo y José Luis Ibáñez<br />
y actuó para teatro y televisión, hasta que decidió visitar a su amigo, en San Francisco, David<br />
Wiznievits. Cayó parado en medio de los días fervorosos de protesta contra la guerra de Vietnam<br />
y las bases nucleares, los hippies en Berkeley y las muchachas de piernas largas y doradas que<br />
ofrecían flores en vez de balas en las plazas públicas. Tomó cursos en el Instituto de Arte de San<br />
Francisco y maestros y alumnos se sorprendieron del realismo de sus composiciones. Todavía no<br />
surgía el hiperrealismo en los Estados Unidos. La infancia es raíz y origen. En la infancia se<br />
encuentra todo lo que seremos de grandes. La infancia es catalizadora. Octavio volvió a sus obsesiones<br />
de los primeros años, encontrando formas inesperadas, sortilegios y milagros en su camino,<br />
aportando nuevas soluciones.<br />
Metamorfosear.<br />
Todos somos múltiples, nadie es uno solo.<br />
Cambiamos de la noche a la mañana.<br />
Envejecemos, nos alteramos, nos transmutamos.<br />
Mientras líneas antes apacibles hacen surgir al otro yo.<br />
Gatos por liebres. Un hombre y una mujer que se aman tienen un rostro por ellos conocido.<br />
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