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EL ARTE DE LLAMARSE OCTAVIO OCAMPO<br />
¡Válgame Dios con este niño, muchacho de porra, curtido, vago, ven acá!... A menudo<br />
expresaba su mamá, al verlo metido entre las nubes o encaramado en la cresta de una camelina<br />
imaginando cosas: lluvias, mundos, ángeles. “¿Será esto un camello florecido? –se preguntaba<br />
Octavio- ¿La casa de las mariposas heridas por los colores de la vida?”. Doña Octaviana sabía lo<br />
que había traído al mundo. Desde que el niño se movía en su vientre, como un pez en el agua, ella<br />
sintió que el arte lo esperaba, que la emoción estética sería el otro yo del ser que iba a nacer.<br />
Muchacho hecho de pétalos, criatura construida con luz, besos y lágrimas. Raíz de viejos árboles<br />
que fueron a la historia durante los combates de <strong>Celaya</strong>. Su abuelo, don Gregorio, papá de su papá,<br />
era de Salvatierra; médico que le curó algunas heridas a los Dorados de Francisco Villa y luego se<br />
enamoró, en <strong>Celaya</strong>, de Juana Arroyo y se hizo amigo de Álvaro Obregón. A su hijo –el papá de<br />
Octavio- le llamaron Ángel para que cuidara del artista enviado por el cielo. Cuando pasaron los<br />
combates vinieron los cristeros y el joven Ángel solía ir a ver a los colgados que éstos iban dejando<br />
a ambos lados de las vías del tren. ¿Será que alguna vez Octavio escuchó narrar estas historias?...<br />
¡Válgame Dios con este niño vago! ¿Verdad, doña Octaviana? Criatura lloviznada por los sueños,<br />
figura con el pellejo de la tarde amarrado al abismo que usted le abrió en los ojos para que viera el<br />
mundo desde esa forma que forma la forma de todas las formas de la forma. Muchacho hecho de<br />
vientos, como el muro y el canto de la memoria y el olvido, tejido a mano por el trigal que es oro y<br />
mar de atardeceres para la torre donde el relámpago se achata. Muchacho hecho de besos y<br />
tormentas para que el sol repose desde el otoño hasta el verano en un retrato de islas y palomas.<br />
Mas hagamos un alto aquí para buscar la historia…<br />
Desde los turbulentos siglos XVIII y XIX, la cantera celayense ha sido pródiga en cada<br />
una de las cinco bellas artes. De eso a nadie, de aquí o de acullá, nos queda la menor duda: Francisco<br />
Eduardo Tresguerras, Longinos Núñez, Bernardino Lira y Gama, José Nieto y Aguilar, Alfonso<br />
Sierra Madrigal, Benjamín Arredondo, Rafael Gaona Zamudio, Alfredo Ojeda Villagómez, Eric del<br />
Castillo Galván, Jesús Oñate Moreno, Silvino Ramos, Isaías Barrón, Ángel Ocampo, José Luis Soto<br />
González, Luis Garcidueñas Castro, Salvador Jaramillo, José Luis Jáuregui, Octavio Ocampo, Gerardo<br />
Sánchez, Ulises Ascensio, Eugenio Mancera, etc. De esta pléyade se destaca el arte metamórfico<br />
o polifórmico o metaforimórfico del enorme artista plástico Octavio Ocampo, nacido y crecido en<br />
la ciudad de <strong>Celaya</strong>, cuyas calles y plazas plasmó en su corazón para no olvidar jamás su origen, ni<br />
dejar de sentir amor por esta tierra. En <strong>Celaya</strong>, el niño Octavio se le incrustó a las múltiples formas<br />
del planeta aquel año de 1943, cuando doña Octaviana le dio la luz del valle de oro, entre las flores<br />
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