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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
164<br />
No es que Ocampo despreciara la realidad. Es que deseaba ir más allá. Para demostrar<br />
que no la despreciaba, pintó potentados, Carter, Alemán, De la Madrid (a López Portillo también<br />
aunque él se pinta solo). Captó a luminarias como Dolores del Río, Gloria Marín, María Douglas e<br />
hizo tres retratos de una sola Jane Fonda, quien le encomendó al líder César Chávez.<br />
De esa pintura se hicieron carteles para recaudar fondos para la causa del guía campesino<br />
y sus seguidores, en su mayoría mexicanos pobres. Octavio siguió haciendo experimentos<br />
ópticos y se dio cuenta que aparecían cada vez más elementos que metamorfoseaban sus composiciones.<br />
¿A qué jinete no le gustaría ser la pata de su caballo?<br />
¿A qué mujer no le llenaría de gozo tener un charro en el ojo derecho y un torero en el izquierdo,<br />
en vez de un glaucoma?<br />
¿Qué monja no preferiría ser candil de su convento y no oscuridad de la calle?<br />
Octavio hacía sus dibujos dormido. En el aire componía candelabros que eran narices<br />
y senderos hacia la cueva de Alí Babá en las cejas de un joven marino. “No sólo soy figurativo, sino<br />
multifigurativo polimórfico. Me gusta. Me gusta invitar al espectador a jugar y con esto capto su<br />
atención al dar una impresión de belleza o de horror en la primera imagen; otra al descubrir que<br />
hay una segunda y hasta una tercera imagen.<br />
Entre el frágil paso de una a otra existe un momento mágico en el cual me comunico<br />
con el espectador a otro nivel por medio del subconsciente y del espíritu”.<br />
UN MUSEO PARA EL ARTISTA OCTAVIO OCAMPO<br />
Desde muchacho ya soñaba con exponer. Mas nunca imaginó que lo haría de la manera<br />
tan prolífica como lo ha venido haciendo desde que ya es grande y juega con el tiempo, que es<br />
circular y está sembrado de constelaciones con la mirada triste porque en la tierra ya no llueve<br />
mucho.<br />
En realidad, Octavio desde niño ya era inmenso, porque imaginaba las cosas a las que<br />
les daría un nombre falso para que el verdadero no lo supiera nadie. Y muchos rostros en los que<br />
nos viéramos cada quien tal como somos. Los pequeños viajes a las riberas del río Laja, con sus<br />
padres o amigos, lo iban poniendo fuerte para cuando arreciaran las tormentas en medio de tantas<br />
caras, sombras, luces y formas donde la forma se disfruta hecha por él, a su manera, con arte y<br />
lucubraciones metafóricas. Tal vez los buenos sentimientos del corazón de sus hermanos, el infinito<br />
amor de don Ángel Ocampo Arroyo y doña Octaviana González Díaz por sus hijos, lo hicieron<br />
florecer a las orillas de ese mar amargo por el que navegan los mensajeros de la envidia. Tal vez el