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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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FLORECIÓ EL VERGEL… SARITA MONTOYA<br />

Guadalupe Montoya tenía 24 años de edad cuando comenzó el nuevo siglo. Había<br />

nacido en 1876, en Cerano, municipio de Yuriria, y se casó, ya grande, con Cesarita Patiño, sencilla<br />

mujer del pueblo de Huapango, a la que le llevaba con 21 y con quien sólo alcanzó a procrear dos<br />

hijas: María Guadalupe y Sara Montoya Patiño... Sarita dice que vino al mundo el 15 de marzo de<br />

1937, en la hacienda del San Antonio (Rincón de Tamayo), cuya historia se hunde hasta los inicios<br />

del siglo XVII cuando el pueblo se llamaba San Bartolomé y era gobernado por un señor de horca<br />

y cuchillo de nombre Antonio Tamayo, con cuyo apellido se le denominó posteriormente a todo<br />

este pueblo donde la agricultora y poetisa también conoció el aire fresco del Peñón o el Peñero, el<br />

rumor del arroyo del Varal, la trágica sonrisa del mezquite y aspiró por vez primera la fragancia de<br />

las “huellitas de San Juan” y los “mayitos”· al escuchar, tal vez llorando, el dulce canto del titibirrí,<br />

el gorrión, el llamahielo el huitlacoche, el tarengo y las demás aves habitantes de las barrancas y<br />

los llanos. Don Guadalupe Montoya García murió a los 88 años de edad, en 1960, legando a sus<br />

hijas el infinito amor a la tierra que, desde pobre, él siempre cultivó y amó como a la propia vida,<br />

la cual le había concedido el privilegio de existir en medio de algunos de los acontecimientos más<br />

destacados de nuestra historia, a saber: el Porfiriato, la Revolución, los Combates de <strong>Celaya</strong>, la<br />

Guerra Cristera, el Agrarismo, las dos guerras mundiales. La niña hablaba demasiado, ¡uf! Por eso<br />

doña Cesarita decidió enviarla a <strong>Celaya</strong> a los 7 años. Corría sonriente y bello el año de 1944 y Sarita<br />

fue recibida en el colegio de las madres Guadalupanas, que entonces se hallaba en una casa de la<br />

calle Juárez (hoy sucursal Banorte), casi esquina con Colón, y no se llamaba “Margarita”, como hoy<br />

se nombra allí en su domicilio de la colonia Alameda. La suya fue una infancia de sueños felices y<br />

trajecitos color de rosa, azules y amarillos, según las circunstancias, verdes y combinados con<br />

tafetanes lilas al estilo muy peculiar de nuestra gente. Agricultora como nadie, pero también<br />

creadora de sentidos poemas dedicados ya a la madre naturaleza, ya a la Virgen Santísima, a Cristo,<br />

al Papa, a la amistad o a la celebración de algún jerarca, eclesiástico o político. Mujer que, desde<br />

aquella luminosa infancia, nunca se calló. Ha hablado de todo y con todos, siempre en defensa de<br />

algún prójimo, sea perro, gato, ave o ser humano. Con decir que hasta a un juez lo zarandeó de las<br />

solapas en defensa de unos campesinos pobres de Canoas, a quienes habían echado presos acusados<br />

de un asesinato:<br />

“Fue cosa de un difunto, se llamaba Abraham Mandujano Vázquez… Trinidad Patiño,<br />

que trabajaba con nosotros, lo encontró tirado entre los surcos. El tonto fue a dar parte y no digo,<br />

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