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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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HISTORIA DE LA BANDA MUNICIPAL, 1826-2007<br />

La mañana del 8 de diciembre de 1878, el maestro Francisco J. Navarro se había levantado<br />

más temprano que de costumbre, con la seguridad de que aquel sería el día más feliz de su<br />

existencia. ¿Por qué? Sencillamente porque la banda municipal ¡por fin! daría su primer concierto<br />

público en el Jardín Principal, ante el pueblo entero que, expectante y lleno de gozo, también había<br />

esperado con emoción este momento. Claro, primero le tocarían las mañanitas a la Inmaculada<br />

Concepción, señora y reina de la Tierra Llana, ya con todos los instrumentos relujados, bonitos,<br />

relumbrantes, sonoros, como se los había venido mereciendo, desde hacía muchos años, la ciudad<br />

de <strong>Celaya</strong>. Después habría comida, aguas frescas, fiesta en general, carros alegóricos y muchas<br />

otras muestras de amor popular a la patrona de <strong>Celaya</strong>, que desde 1861, en acalorada sesión de<br />

Cabildo, había perdido el antiguo nombre de. “<strong>Celaya</strong> de la Purísima Concepción”, dado por<br />

Cédula Real de Felipe IV, el 20 de octubre de 1655, para quedarse solamente con el de <strong>Celaya</strong>, así, a<br />

secas. Aunque los vientos soplaban fríos y el sol apenas si calentaba a las personas, el júbilo era<br />

notorio en niños y adultos, por la noticia de que habría un concierto público con música popular,<br />

de la que tanto le gustaba a la mayoría de las pacíficos moradores de la otrora “Muy Noble y Leal<br />

Ciudad”: como Adiós mamá Carlota, El hijo desobediente o Rayando el sol, que desde 1850 -se decía- ya<br />

eran famosas. La alegría de don Francisco se sentía mayor, porque, además de ser nuevos todos los<br />

instrumentos, el grupo de músicos voluntarios no tendrían que pagar nada por ellos, ya que el<br />

provincial de San Francisco, fray Antonio P. Solórzano, había organizado una colecta para que<br />

aquel grupo tuviera todo lo necesario, y de lo mejor, para ser una buena banda. ¿Y cómo no iba a<br />

estar contento el señor director, si el cariño hacia él y todo su esfuerzo desde hacía varios día se<br />

venía multiplicando de una u otra manera entre las personas que lo veían y lo saludaban por las<br />

calles, apoyándolo y deseándole mucho éxito? Definitivamente ése era su día. Un día que habría<br />

que señalar con piedra blanca, como se decía antaño y se rememoraba hogaño. El día de días,<br />

aseguraban algunos. El momento por todos esperado… Sin embargo, los años anteriores habían<br />

sido difíciles, negros para ellos y él que aspiraban a formar un grupo que le alegrara las tardes y<br />

las noches a la ciudadanía, y las mañanas del domingo y días especiales. Pero todo lo malo, o lo que<br />

pudo haber sido molesto e incómodo, al parecer este 8 de diciembre se había quedado atrás.<br />

EN EL PRINCIPIO<br />

Las raíces de este árbol de melifluas hojas y frondosas emociones se hunden hasta el<br />

año 1826, cuando en <strong>Celaya</strong> hubo ya una pequeña banda de músicos callejeros o murgas –como<br />

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