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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
118<br />
hermana y el cuñado los que lograron concretar esta inversión en beneficio de la comunidad y toda<br />
la región. Fue un hombre grande, porque pensó primero en los demás. No se aprovechaba del<br />
poder, sino que ayudaba a que el poder sirviera a quienes no podían acercar al Presidente. Su<br />
sincera humildad al escribir la monumental e indispensable Historia de la ciudad de <strong>Celaya</strong>, en 4<br />
volúmenes, nos presenta a un hombre completamente despojado de protagonismos y actitudes<br />
más propias de la soberbia que de la condición del ser humano. Poseía el talento no sólo para<br />
redactar, aunque él continuamente lo negase, sino también para agradecer a quienes reconocía<br />
como maestros o al menos informantes, plasmando claramente sus nombres y apellidos: Fulgencio<br />
Vargas, Ignacio Herrera Tejeda, Gustavo A. Rodríguez, Odorico Peñaflor, Benjamín Medina, Pastor<br />
Bañuelos Cano, Pedro Espinoza e Ignacio Velasco. Pero no sólo eso, advierte que su empeño y<br />
amor por la ciudad donde un día vino al mundo, lo ha llevado a investigar, leer, acumular y ordenar<br />
datos para “facilitar a los futuros cronistas la prosecución del registro de acontecimientos que deben componerla<br />
en el porvenir”. Es lo que anota en el prólogo de su obra, sin ánimo de sentirse superior, más<br />
bien con el espíritu ardiente de quien procura darle un poco de felicidad al prójimo. ¡Tanto hizo<br />
por su Tierra Llana!... A él se debe que los franciscanos hayan recuperado el convento, ocupado<br />
desde la Revolución por las fuerzas militares. Y el monumento a la Fundación de <strong>Celaya</strong>, en el atrio<br />
del templo del Zapote, así como la demolición de la fea escultura de Francisco Eduardo Tresguerras,<br />
hecha en cemento en 1933 por Salvador Zúñiga, para ser sustituida por el monumento de<br />
bronce, actual, a cuyo develamiento asistió don Luis el 5 de febrero de 1951, para recibir, de paso,<br />
un merecido reconocimiento que se le entregó por todo lo que había hecho por esta ciudad. Su<br />
nombre, así como el de José su hermano, y el de su gran amigo Pedro, quedaron inscritos para<br />
siempre en la placa metálica colocada a espaldas de la gigantesca escultura.<br />
SONETOS<br />
1<br />
¿No se te antoja el Viento que yo puse<br />
a circular por tu natal <strong>Celaya</strong>?<br />
No se te antoja, dime, la batalla<br />
que ya ganó entre todo lo que luce?<br />
Que nadie de mal hombre aquí te acuse,<br />
tu palabra inmortal nadie la calla,<br />
son tus libros la histórica metralla<br />
que todo lo acomoda y lo traduce.<br />
Que nadie diga, pues, que no venciste<br />
a todas las grisuras del entorno<br />
regalando la prosa que escribiste.<br />
Alguien dirá que sólo fue un adorno,<br />
pero hay que comprender que adonde fuiste<br />
la envidia y la ignorancia son un horno.