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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />
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del jardín y la tragedia revolucionaria del mezquite. Don Ángel llevó a sus hijos Ángel, Octavio,<br />
Eduardo y Gregorio a la Escuela de Artes Plásticas del profesor Salvador Zúñiga Cardona, y con él<br />
o a través de él, Octavio supo de qué color era el mundo y cuál su rostro y cuál su polifacética<br />
hermosura. Nació en <strong>Celaya</strong>, aquel 28 de febrero, de un año no bisiesto. Y se fue a estudiar a La<br />
Esmeralda, junto con su hermano, entre 1961 y 1965. Después, ya solo, a San Francisco, California,<br />
al Art Institute, entre 1972 y 1974. La palabra precisa y preciosa de María Luisa, la China Mendoza,<br />
había surtido efecto en aquel buen hombre, cuando tornasoladamente la escritora le advirtió que<br />
si no dejaba que Octavio estudiara en México o donde él quisiera, irremediablemente el mundo se<br />
quedaría huérfano de un gran creador. Todos lo querían. Octavio poseía ese don: se hacía admirar<br />
desde todos los ángulos y universos del cariño… Por supuesto, ya metido en la dinámica del aprendizaje<br />
y la elevación espiritual desde su cuerpo de hombre, también realizó la escenografía de más<br />
de 120 películas mexicanas y norteamericanas, así como los diseños para numerosas obras de<br />
teatro. Él mismo había sido actor allá en su amada preparatiria de <strong>Celaya</strong>. Las salvajes criaturas, de<br />
Salvador Jaramillo, más otras piezas de aquellos tiempos, lo empujaron a girar en esos círculos del<br />
alma que hacen el arte de la existencia, a la que “mal hacemos cuando al querer medirla le asignamos la<br />
cuna y el sepulcro por extremos”…<br />
Desde entonces ha enriquecido la admiración de unos y el asombro de otros con exposiciones<br />
individuales en México, Estados Unidos, Canadá, Latinoamérica, Europa y Medio Oriente;<br />
así como en gran número de muestras colectivas alrededor del mundo, porque es grande, porque<br />
es único, porque es universal como el amor o el infinito, que nacen y están entre los artistas y la<br />
mente cósmica en la que todos somos pensamientos.<br />
Aquí nació o, dicho de otro modo: en esta hectárea herbosa fue fundado como se funda<br />
un pueblo, una ciudad, el mundo, una basílica, las bóvedas del cielo... Y desde aquí subió hacia los<br />
andamios de la infancia, pintando con sonrisas su destino. Asistió a la preparatoria y allí creó, en<br />
1959, su primer mural, compuesto por rostros, nombres y ojos de muchachos, nacidos, como él,<br />
aquí donde alguna vez ardieron los cañones y retumbó la guerra mexicana. El 17 de septiembre de<br />
1960, auxiliado por su hermano Ángel, terminó el segundo, titulado la Independencia, en el Palacio<br />
Municipal, cuyos costos fueron cubiertos totalmente por él, y fue inaugurado con toda la solemnidad<br />
política, el 25 de diciembre del mismo año. Era alcalde de <strong>Celaya</strong> Jesús Gómez de la Cortina,<br />
diputado federal Javier Guerrero Rico y profesor de aquellos jóvenes que ya pintaban para grandes,<br />
Salvador Zúñiga Cardona.<br />
Ningún otro artista hace lo que Octavio Ocampo. Nadie pinta como él. Pueden contarse<br />
historias duras, arrastrarse las lenguas a derramar sus hieles, desgarrarse las ropas del incendio,<br />
hervir la alevosía y la ventaja en los pechos donde la pequeñez puso su trono, romperse las<br />
palabras, volcar la cosa triste de alguna mala sangre, Octavio Ocampo es único. El arte de su estilo<br />
es el espejo de una verdad que duele de tan bella, y aunque haya habido otros artistas que trabajaron<br />
parecido a él, la hermosura que el reinventa sólo es hija de él, porque es hija del tiempo que<br />
tiene muchos rostros, manos y figuras pariendo más figuras sobre la eterna figura del asombro.