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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />

162<br />

vuelven sillas y en los árboles que entretejen sus ramas. Muy pronto, Octavio se dio cuenta que<br />

aprovechar los accidentes del camino para fines pictóricos se remontaba al tiempo del hombre de<br />

las cavernas, que sabía dibujar el vientre de una vaca sobre una protuberancia de la piedra y de las<br />

grietas sacaba los cuernos, la cola y las pezuñas; de allí la metamorfosis hasta llegar al rebaño de<br />

bisontes rojos en la cueva de Altamira<br />

Como los Revueltas, la familia de Ocampo se compone de artistas. Tienen su propio<br />

pintor Fermín Revueltas, su actriz Rosaura, que se hizo sal en la tierra, sólo les falta su músico<br />

Silvestre y su escritor José Revueltas, pero todos dibujan y salta a la vista su talento para las artes.<br />

Desde muy pequeños, don Ángel llevó a sus hijos Ángel, Octavio, Eduardo y Gregorio a la Escuela<br />

de Artes Plásticas del escultor y pintor Salvador Zúñiga, en <strong>Celaya</strong>. El maestro hacía grandes y<br />

grotescas figuras de cartón, en cuyo interior una persona bailaba haciendo reír o asustando un<br />

poco a los mirones. A veces cabían dos personas y entonces la mojiganga crecía mágicamente y<br />

volvía la cabeza para todos lados. Para los niños las mojigangas eran el acceso a un mundo fantástico,<br />

de carros alegóricos, decoraciones fabulosas que poco tenían que ver con la vida de todos los<br />

días. Octavio, sobre todo, no cabía en sí del asombro y del deslumbramiento. Como en las nubes,<br />

en todo seguía viendo otra imagen. A los hombres y a las mujeres que se movían frente a él, mentalmente<br />

les ponía cabezas de pájaros o de batracios en vez de cara de diputado.<br />

Una vez cuando una de sus maestras (que le enseñó sus primeras letras) lo pasó al<br />

pizarrón para que escribiera la palabra “vaca”, el niño solicitó: “mejor la dibujo”. El niño Octavio<br />

dibujó una vaca, pero en la vaca veía otras cosas que los demás no sabían ver. La rugosa corteza de<br />

los árboles ofrece perfiles sorprendentes, los ojos del amado son un jardín. En la escuela se la<br />

pasaba dibujando y si no cantando y bailando. Era el primero en ofrecerse para la fiesta de fin de<br />

año:<br />

“Yo salgo, maestra”, “yo pinto el decorado, maestra” o “yo barro, maestra”, todo con tal<br />

de no memorizar las tablas de multiplicación, sobre todo la del 3 que es horrible y se nos atora a<br />

todos.<br />

Internado con los legionarios de Cristo en Tlalpan, el joven Octavio quiso ser santo,<br />

pero pronto desistió. También allí destacó en los celestiales trabajos de decoración de la capilla.<br />

Allí si lo hubieran beatificado: “Santo Niño Octavito de los Altares Barrocos”. Pero también le<br />

gustaban otras fiestas más terrenales como decorar el salón de juegos y convertirlo en un esplendoroso<br />

salón de fiestas, terrestre y apetitoso; y este afán por embellecerlo todo nada tenía que ver<br />

con la frugalidad monástica que se le exige a los santos. De aspirante a seminarista a hombre de<br />

teatro hay más que un paso y Octavio lo dio con éxito. Del altar y del incienso, los reclinatorios y<br />

los ramos de azucenas, de la voluptuosidad contenida de los rituales conservó la teatralidad y el<br />

impacto. Nada más evocativo que un negro confesionario. Escenógrafo, actor junto a doña Octaviana,<br />

su madre, participó en la obra “Las Salvajes Criaturas” entre otras.

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