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AÑOS DE GLORIA<br />
Historia de la Banda Municipal<br />
A partir de 1923, la banda municipal, tras haber estrenado uniformes, dio inicio a una<br />
etapa de su existencia que pudiéramos considerar como de gloria por los grandes éxitos que alcanzaría,<br />
interpretando asuntos tanto de la Revolución como de la naturaleza. Sobre las olas, de Juventino<br />
Rosas. Y otros valses, como Danubio azul, de J. Strauss nunca faltaban. Las abochornadas tardes<br />
del estío se hacían menos pesadas. Las bullangueras mañanas de los domingos brillaban más<br />
cuando don Francisco Maldonado mandaba ejecutar, a su muy peculiar estilo, algo del ruso Igor<br />
Stravinski, como La consagración de la primavera. Y algo más para la gente “curra” que por allí<br />
vagaba, con el ojo en las hijas o presumiendo un buen corte inglés, un fino bastón o uno de aquellos<br />
sombreros que tenían la forma de grandes cubos negros, se fueran con un mejor sabor de boca,<br />
lástima que tan estimado músico sólo haya estado en <strong>Celaya</strong> unos meses. Su efímero paso por aquí<br />
marcó el destino de varios que después lo siguieron en el destino de componer y dirigir. Don Francisco<br />
Maldonado se deleitaba dirigiendo lo mejor que podía aquella famosa banda, frente a la<br />
presidencia municipal y -a imitación de don Isaías Barrón- también en la Alameda, que para entonces<br />
era un bucólico lugar rodeado de arroyos, huertas y manantiales primorosos, con flores, perfumes<br />
y nidos de pájaros por todas partes. Pero don Francisco tuvo que emigrar a los Estados<br />
Unidos, en pos del eterno sueño de una vida mejor y el mando se le quedó, en el mismo año de<br />
1924, al maestro José Vallejo, quien no dio tregua a la racha de victorias obtenidas bajo las célebres<br />
batutas, tanto de don Isaías como de don Pancho, a quien recordarían con cariño y nostalgia durante<br />
muchos años por tantos jueves juntos, por tantas ocasiones de tocar aun bajo un paraguas de<br />
llovizna o delante de una procesión con el Santísimo, la Virgen del Carmen, la de la Merced y la<br />
misma Inmaculada. Se cuenta que esta banda estuvo tocando como nunca, una noche de 1934,<br />
mientras varios hombres -agazapados en las sombras y en sus órdenes- se preparaban para derribar<br />
el antiguo templo de la Cruz para complacer a cierto comerciante poderoso a cuyo negocio le<br />
tapaba la visión la arquitectura de este templo, es lo que dice el vulgo. Y que lo mismo hacía cuando<br />
el padre Pastor Bañuelos acudió al cementerio a conjurar a un muerto que, en cuanto se ocultaba<br />
el sol, se salía de la tumba a suplicar que por caridad cristiana edificaran otra vez la iglesia, más<br />
adelante, para que su alma pudiera descansar en paz. Relatan que acudió mucha gente siguiendo<br />
al sacerdote, pero que nadie pudo ver ni oír a aquel difunto, sólo el ministro del señor, quien dialogó<br />
con la criatura de la noche, prometiéndola la anhelada construcción… Se cuenta que aun los<br />
presos de la casi vecina cárcel de San Agustín se mantenían atentos al flujo y el reflujo de los arpegios<br />
que por allá, sobre el caserío y los árboles, los domingos y cada jueves les llegaban, en las<br />
manos del viento, en las alas de la ilusión, hasta sus oscuras celdas o los soleados patios de su “maldita<br />
suerte”, tal lo relataba la estrofa, que en una de las paredes alguien había compuesto con buen<br />
oído poético y profundamente musical:<br />
En este lugar maldito,<br />
donde reina la tristeza,<br />
no se castiga el delito,<br />
se castiga la pobreza..<br />
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