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2010_CEOCB_monografia Celaya.pdf - Inicio

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Las Raíces del Viento, Monografía de <strong>Celaya</strong><br />

76<br />

Todo fue inútil: el animal rodó y rodó hasta estrellarse en un invisible fondo. Los demás<br />

estaban asustados, él se veía sereno, con el ánimo de bajar a rescatar por lo menos las tres pacas<br />

de tabaco en hoja. Sólo que unos lugareños le advirtieron, a gritos, que no lo hiciera, que por favor<br />

no fuera insensato, que mejor se persignara y continuara su camino, porque allá abajo reinaba<br />

“satanás” y habitaban espíritus. Los peones tampoco se mostraban dispuestos a seguirlo en su<br />

alocada búsqueda. Él no les hizo caso y trabajosamente inició el descenso hacia donde supuso que<br />

estaría su mula. Los lugareños, lanzando extrañas preces y mil cruces al viento, se retiraron del<br />

lugar, dejando solos a los siete peones, quienes también rezaban y temblaban a la espera del<br />

patrón, quien, como si nada, descendía dispuesto a no perder lo que acababa de comprar. Ninguno<br />

de ellos daba crédito a lo que su señor hacía. A sus cuarenta años aún era joven, pero no tanto<br />

como para exponerse como lo estaba haciendo. Todos rezaban de rodillas, mientras don Patricio<br />

¡todo un valiente!, ágil y decidido, continuaba bajando de roca en roca y de tronco en tronco, hasta<br />

que se topó con un espectáculo realmente aterrador: No había demonios ni encantamientos, sino<br />

muchas cargas de oro y plata, piedras preciosas, sedas y otros objetos que hasta allá habían llegado<br />

tras un mal paso, pues por ahí tenían que pasar todos los animales y carrozas que iban al Puerto<br />

de Veracruz o hacia la Ciudad de México. El suyo yacía agónico, recostado, resquebrajado, tenso,<br />

encima de varios huesos, bolsas y cajas ya podridas por las que se asomaba el rubio resplandor de<br />

las barras de oro, costales, ricas mantas, cráneos humanos y cofres que, igual, vomitaban por los<br />

costillares veneros de monedas, polvos resplandecientes.<br />

-¡Ay! ¡Ay! -exclamó don Patricio al ver al animal, como para que todos se dieran cuenta<br />

que había llegado a fondo.<br />

Y los peones, que lo escucharon, se limitaron a pensar en la manera en que volverían a<br />

Salamanca con la triste nueva, imaginándolo difunto.<br />

-¡Ni modo; tú te quedarás en Veracruz, pero tus compañeras volverán a Guanajuato con<br />

todo esto! -volvió a hablar en voz alta-. ¡Quién te lo manda ser desobediente!<br />

Inmediatamente hizo bajar a sus ayudantes y toda esa mañana la pasaron subiendo<br />

tenates (bolsas de cuero) llenos de oro, hasta que no quedó ni una moneda, ni una figura preciosa,<br />

ni un objeto. Descargaron las mulas, las volvieron a cargar, ahora con el preciado hallazgo. El<br />

tabaco qué importaba. De ahí en adelanto otros lo importarían. Y así volvieron por sus pasos.<br />

Sorteando las dificultades del sendero, pronto dejaron atrás aquella geografía hostil y,<br />

convencidos de que cuando Dios da, da a manos llenas, se encaminaban al Bajío con aquel cargamento<br />

disimulado con hojas de tabaco. La ruta hacia aquél estado, tanto de ida como de regreso,<br />

pasaba por Santa Cruz (hoy Juventino Rosas). De ahí la otra versión en la que se narra esta aventura,<br />

pero ubicando el tesoro en la barranca de un cerro ya cercano a Salamanca, donde el salmantino<br />

Andrés Delgado, El Giro (1792-1819) ocultaba el producto de sus asaltos a las conductas que iban<br />

de Guanajuato a la Ciudad de México, en aquellos aciagos días en que él, con Albino García y el

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