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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Cómo ha llegado a vuestras manos?<br />

—Es propiedad de una dama que vino anteayer.<br />

—¿A vuestra casa?<br />

—A mi casa.<br />

—¿Una dama?<br />

El cardenal volvió a examinar la cajita con mayor atención.<br />

—Rectifico, monseñor: vinieron dos damas.<br />

—¿Y una de ellas os regaló esta caja? —preguntó él, con desconfianza.<br />

—No me la dio.<br />

—¿Y por qué la tenéis vos?<br />

—La olvidó aquí.<br />

El cardenal se quedó tan pensativo, que la condesa de Valois le miró intrigada,<br />

pensando que debía ponerse en guardia.<br />

Después, el cardenal levantó la cabeza, y mirando atentamente a Juana, le dijo:<br />

—¿Y cómo se llama esta dama? Perdonadme por interrogaros, pues parece que me haya<br />

convertido en un juez.<br />

—En efecto, monseñor; el interrogatorio es un poco extraño.<br />

—Indiscreto quizá, pero extraño...<br />

—Extraño si yo conociera a la dama que se ha dejado aquí este tarjetero. Ya se lo habría<br />

devuelto. Sin duda ella lo tiene en estima y yo no quisiera pagar con una inquietud de<br />

cuarenta y ocho horas su generosa visita.<br />

—¿Vos no la conocéis?<br />

—No; sólo sé que es una dama directora de una Casa de Caridad.<br />

—¿De París?<br />

—De Versalles.<br />

—¿De Versalles? ¿La superiora de una Casa de Caridad?<br />

—Monseñor, yo acepto favores de las mujeres; las mujeres no humillan a una mujer<br />

pobre llevándole socorros, y esa dama puso cien luises sobre mi chimenea al despedirse.<br />

—¡Cien luises! —dijo el cardenal, con sorpresa; después, viendo que podría herir la<br />

susceptibilidad de Juana, pues ella hizo un movimiento, agregó—: Perdón, madame. No<br />

me asombra que se os haya dado esa cantidad. Merecéis la solicitud de las gentes<br />

caritativas y vuestro nacimiento lo convierte en una ley. Es el título de Dama de Caridad<br />

lo que me asombra. Las Damas de Caridad no acostumbran a dar limosnas tan<br />

cuantiosas. ¿Podríais decirme cómo es esa dama, condesa?<br />

—No es fácil, monseñor —repuso Juana para aguzar la curiosidad de su interlocutor.<br />

—¿No es fácil? Puesto que ha venido aquí...<br />

—Era dama, y como no quería ser reconocida, se ocultaba el rostro con un capuchón<br />

bastante amplio, y llevaba un abrigo de pieles. Sin embargo...<br />

—¿Sin embargo...?<br />

—Creí ver..., pero no lo afirmo.<br />

—¿Qué visteis?<br />

—Unos ojos azules.<br />

—¿Y la boca?<br />

—Pequeña, y labios un poco gruesos, el labio inferior sobre todo.<br />

—¿Alta?<br />

—Talla mediana.<br />

—¿Las manos?<br />

—Perfectas.<br />

—¿El cuello?<br />

—Esbelto.

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