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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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ancarrota, decir: «Ahora, ricos, pagad por los pobres, porque tienen hambre y<br />

devorarán a los que los condenaron a su miseria.»<br />

¿Cómo el rey no vio de antemano las consecuencias de ese plan, ni siquiera el plan?<br />

¿Cómo él, que se había estremecido de indignación ante la cuenta que se le presentó, no<br />

se estremeció al observar la trayectoria de su ministro? ¿Cómo no eligió entre los dos<br />

sistemas y prefirió cerrar los ojos? Es la sola cuenta real que Luis XVI, hombre político,<br />

escamoteó a la posteridad. Era el famoso principio al cual se opone siempre el que no<br />

tiene bastante poder para cortar el mal.<br />

Pero para que la venda fuese lo bastante espesa a los ojos del rey, y para que la reina,<br />

tan clarividente y tan precisa en sus apreciaciones, fuese tan ciega como su esposo sobre<br />

la conducta del ministro, la historia —mejor sería decir la novela— va a dar algunos<br />

detalles indispensables.<br />

Calonne entró en el gabinete del rey. Seguro de que María Antonieta lo había mandado<br />

llamar para un asunto urgente, llegó con la sonrisa en los labios. La reina lo acogió con<br />

afabilidad, y luego de algunas vaguedades le preguntó:<br />

—¿Tenemos dinero, mi querido monsieur Calonne?<br />

—¿Dinero? Naturalmente, madame; lo tenemos siempre.<br />

—Eso es maravilloso. No he conocido a nadie como vos para responder así a mis<br />

peticiones de dinero; como financiero sois incomparable.<br />

—¿Qué cantidad necesita Vuestra Majestad?<br />

—Os ruego que me digáis primero cómo hacéis para encontrar dinero, donde Necker<br />

decía con perfecta claridad que no lo había.<br />

—Necker tenía razón, madame. No había dinero en los cofres, y esto es tan cierto que el<br />

día de mi posesión del Ministerio, el 5 de noviembre de 1783, una fecha que yo no<br />

olvido, al hacer el arqueo del tesoro público, no encontré en caja más que doscientas<br />

libras.<br />

—¿Y bien?<br />

—Madame, si Necker, en lugar de decir «no hay dinero», hubiera recurrido a los<br />

empréstitos, cien millones el primer año, ciento veinticinco el segundo, y un nuevo<br />

empréstito de ochenta millones para el tercero, que resolverían la situación, Necker<br />

habría sido un verdadero financiero; todo el mundo sabe decir «no hay dinero en caja»,<br />

pero no todo el mundo puede decir que lo hay.<br />

—Por eso os felicitaba, monsieur. ¿Cómo se pagará? Esa es para mí la dificultad.<br />

—Madame —repuso Calonne con una sonrisa terriblemente significativa—, yo os<br />

respondo de que se pagará.<br />

—Confío en vos. ¿Tenéis alguna nueva idea?<br />

—Tengo una idea, madame, que dejará veinte millones en el bolsillo de los franceses y<br />

siete u ocho millones en el vuestro, perdón, en el tesoro de Vuestra Majestad.<br />

—Estos millones serán bien venidos aquí y allí. ¿Pero por dónde nos llegarán?<br />

—Vuestra Majestad no ignora que el oro no tiene el mismo valor en todos los países de<br />

Europa.<br />

—Lo sé. En España el oro es más caro que en Francia.<br />

—Vuestra Majestad tiene razón. El oro vale en España, desde hace cinco o seis años,<br />

dieciocho onzas más por marco que en Francia. Por este motivo los exportadores ganan<br />

sobre un marco de oro que exportan de Francia a España el valor de catorce onzas de<br />

plata poco más o menos.<br />

—Es considerable —dijo la reina.<br />

—Tan considerable que en un año —continuó el ministro—, si los capitalistas supiesen<br />

lo que yo sé, no habría en nuestra casa un solo luis de oro.<br />

—¿Vais a impedir eso?

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