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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Francia se encontraba en uno de estos momentos; presentaba el aspecto de una sociedad<br />

tranquila, cuyo espíritu únicamente está agitado; de alguna manera se adormecía en una<br />

felicidad ficticia, pero en la cual se entreveía el fin como cuando al llegar a la linde de<br />

un bosque se adivina la llanura entre los intersticios de los árboles. Esta calma, que no<br />

tenía nada de constante, nada de real, fatigaba; se buscaban por todas partes emociones,<br />

y las novedades, cualesquiera que fuesen, eran bien recibidas. Se había llegado a ser<br />

demasiado frívolo para ocuparse, como otras veces, en graves cuestiones de Gobierno y<br />

de molinismo, pero se querellaba a propósito de música, o se tomaba partido por Gluck<br />

o por Puccinni, o se apasionaban por la Enciclopedia, o se entusiasmaban con las<br />

memorias de Beaumarchais.<br />

La aparición de una ópera nueva preocupaba más las imaginaciones que el tratado de<br />

paz con Inglaterra o el reconocimiento de la república de Estados Unidos. Era, en fin,<br />

uno de esos períodos en los cuales los espíritus llevados por los filósofos hacia la<br />

verdad, es decir, hacia el desencanto, se cansan de esta limpidez de lo posible que deja<br />

ver el fondo de todas las cosas y con un paso hacia delante ensaya franquear los límites<br />

del mundo real para entrar en el mundo de los sueños y de las ficciones.<br />

En efecto, estaba probado que las verdades bien claras, bien lúcidas, son las únicas que<br />

se popularizan prontamente, y no está menos probado también que los misterios son una<br />

atracción todopoderosa para todos los pueblos.<br />

El pueblo de Francia estaba, pues, arrastrado, atraído de una forma irresistible por este<br />

misterio extraño del fluido mesmeriano que, según los adeptos, devolvía la salud a los<br />

enfermos, devolvía el juicio a los locos y enloquecía a los sabios.<br />

Por todas partes se preocupaban de Mesmer. ¿Qué había hecho? ¿Sobre quién había<br />

operado sus divinos milagros? ¿A qué gran señor había devuelto la vista, la fuerza? ¿A<br />

qué dama fatigada de la vigilia o del juego había él aliviado los nervios? ¿A qué<br />

muchacha había logrado hacer prever el porvenir en una crisis magnética?<br />

¡El porvenir! Esta gran palabra de todos los tiempos, este gran interés de todos los<br />

espíritus, solución de todos los problemas. En efecto, ¿qué era el presente?<br />

Una realeza sin resplandor, una nobleza sin autoridad, un país sin comercio, un pueblo<br />

sin derechos, una sociedad sin confianza.<br />

Desde la familia real, inquieta y aislada en su trono, hasta la familia plebeyamente<br />

hambrienta en su tugurio, miseria, vergüenza y miedo por todas partes.<br />

Olvidar a los demás para no pensar más que en uno; extraer agua de fuentes nuevas,<br />

extrañas, desconocidas; asegurar una vida más larga y una salud inalterable durante la<br />

prolongación de la existencia, arrancar alguna cosa al cielo avaro, ¿no era esto el objeto<br />

de una aspiración, fácil de comprender, hacia este misterio del cual Mesmer levantaba<br />

un pliegue de velo?<br />

Voltaire había muerto y no había en Francia un solo estallido de risa, excepto la risa de<br />

Beaumarchais, más amarga todavía que la de su maestro. Rousseau había muerto y no<br />

había en Francia filosofía religiosa. Rousseau quería realmente haber sostenido la fe en<br />

Dios, pero después de que Rousseau había desaparecido, nadie osaba arriesgarse por<br />

miedo de quedar aplastado bajo su peso.<br />

La guerra había sido en otra época una grave ocupación de los franceses. Los reyes<br />

formaban de este modo el heroísmo nacional; ahora la única guerra francesa, era una<br />

guerra americana, pero el rey no intervenía personalmente. En efecto, no se combatía<br />

más que por esa cosa desconocida que los americanos llamaban independencia, una<br />

palabra que los franceses traducían por una abstracción: la libertad.<br />

Y esa guerra lejana, esa guerra que no sólo era contra otro pueblo, sino que se<br />

desarrollaba en otro mundo, acababa de terminar. Si se consideraba debidamente, ¿no<br />

era mejor ocuparse de Mesmer, ese médico alemán que, por segunda vez después de

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