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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Pero no es verdad, ¿no?<br />

—No.<br />

—¿Tampoco es verdad que se ha visto a la reina esperar a la puerta de los reservados?<br />

—No.<br />

—El día, ya sabéis, que ordenasteis cerrar la puerta a las once.<br />

—No sé nada.<br />

—Pues, figuraos que ese rumor pretende...<br />

—¿Y qué es un rumor? ¿Dónde está? ¿Quién lo propaga?<br />

—He aquí un matiz profundo, muy profundo. En efecto, ¿qué es el rumor? Ese ser<br />

intangible, incomprensible, que se llama rumor, pretende que se ha visto a la reina con<br />

el conde de Artois y cogidos del brazo a las doce y media de tal noche.<br />

—¿Dónde?<br />

—Camino de una casa que el conde de Artois posee por ahí, detrás de las caballerizas.<br />

¿Vuestra Majestad no ha oído hablar de este suceso?<br />

—Sí, he oído hablar de ello y bastante.<br />

—¿Cómo, Sire?<br />

—Sí. ¿Es que vos no hacéis todo lo posible para que se oiga hablar de ello?<br />

—¿Yo?<br />

—Vos.<br />

—Entonces, Sire, ¿qué es lo que he hecho?<br />

—Un cuarteto, por ejemplo, que ha publicado el Mercare.<br />

—¡Un cuarteto! —exclamó el conde, más colorado que al llegar.<br />

—Se sabe que sois favorito de las musas.<br />

—De ningún modo<br />

—Se os acusa de haber hecho un cuarteto que termina con estos versos:<br />

Helena no había dicho nada de ello al buey rey Menelao.<br />

—¿Yo, Sire?<br />

—No lo neguéis. He aquí el original del cuarteto; vuestra letra... Yo no entiendo mucho<br />

de poesía, pero en manuscritos... igualo a un experto.<br />

—Sire, una locura es causa de otra.<br />

—Monsieur de Provenza, os aseguro que no ha habido más locura que la vuestra, y me<br />

asombra que un filósofo haya cometido esta locura; reservemos este calificativo para<br />

vuestro cuarteto.<br />

—Vuestra Majestad es duro conmigo.<br />

—La Ley del Talión, hermano mío. En lugar de escribir versos, hubierais podido<br />

informaros de lo que ha hecho la reina, como yo lo hice, y en lugar del cuarteto contra<br />

ella, y de rechazo contra mí, habríais escrito un madrigal en honor a vuestra cuñada.<br />

Después de esto, diréis que no es un motivo de inspiración, pero yo prefiero una mala<br />

poesía a una buena sátira. Horacio decía también esto. Horacio, vuestro poeta.<br />

—Sire, me abrumáis.<br />

—No estando seguro de la inocencia de la reina, como yo lo estoy —repitió el rey con<br />

firmeza—, hubierais hecho bien en releer a vuestro Horacio. ¿No es él quien ha dicho<br />

tan bellas palabras? Perdón, yo destrozo el latín: Rectius hoc est; hoc faciens vivam<br />

melius, sic dulcis amicis occurram. «Esto es mejor; si lo hago, será más honrado; si lo<br />

hago, seré bueno para mis amigos.» Vos traduciréis más elegantemente, pero creo que<br />

ése es el sentido.<br />

Y el buen rey, después de esta lección, más paternal que fraternal, esperó que el<br />

culpable se disculpara. El conde meditó algún tiempo su respuesta, menos como un<br />

hombre avergonzado que como un orador empeñado en una cuestión de sutilezas.

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