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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Su Excelencia me dice, monsieur, que hace ya diez minutos que espera, y que no<br />

tiene costumbre de esperar en ninguna otra parte, ni siquiera en el palacio real.<br />

Boehmer se inclinó, cogió el cordón de una campanilla y tiró de ella. Poco después otro<br />

caballero entró en la cámara. Era Bossange, el socio de Boehmer, quien le puso al<br />

corriente en dos palabras. Bossange dirigió una mirada a los dos portugueses y acabó<br />

por pedir a Boehmer su llave para abrir el cofre fuerte.<br />

«Me parece que estas honradas gentes —pensó Beausire— toman tantas precauciones<br />

los unos respecto a los otros como los ladrones.»<br />

Diez minutos después, Bossange volvió con un cofrecillo en la mano izquierda, y su<br />

mano derecha la escondía bajo el traje. Beausire notó el relieve de dos pistolas.<br />

—Podemos tener buen aspecto —dijo don Manoel, gravemente, en portugués—, pero<br />

estos mercaderes nos toman más bien por granujas que por embajadores.<br />

Y miró fijamente a los joyeros para ver si había en el rostro de cada uno la menor<br />

emoción, en el caso de que hubieran comprendido el portugués; pero nada, nada...<br />

Lo único que apareció fue un collar de diamantes tan maravillosamente bello que su<br />

brillo deslumbraba. Pusieron el cofrecillo en las manos de don Manoel, que,<br />

repentinamente, exclamó con cólera, dirigiéndose a su secretario:<br />

—Monsieur, decid a estos tipejos que han abusado de la licencia que tiene un mercader.<br />

Me enseñan una falsificación cuando yo pido diamantes. Decidles que me quejaré al<br />

ministro de Francia y que en nombre de Su Majestad la reina haré arrojar a la Bastilla a<br />

los indeseables que se burlan de un embajador de Portugal.<br />

Diciendo estas palabras, arrojó el cofrecillo sobre el escritorio. Beausire no tuvo<br />

necesidad de traducir sus palabras, Boehmer y Bossange se confundieron en excusas,<br />

diciendo que en Francia se mostraban modelos de diamantes para satisfacer a las<br />

honradas gentes y para no tentar a los ladrones.<br />

Monsieur de Souza hizo un ademán de indignación y marchó hacia la puerta ante los<br />

ojos de los angustiados mercaderes.<br />

—Su Excelencia me encarga deciros —prosiguió Beausire— que es lamentable que<br />

gentes que ostentan el título de joyeros de la corona de Francia no sepan distinguir a un<br />

embajador de un miserable, y Su Excelencia me dice que le despida.<br />

Boehmer y Bossange cruzaron una mirada y se inclinaron, presentando de nuevo sus<br />

respetos.<br />

Monsieur de Souza les obligó a apartarse y salió.<br />

Los mercaderes, decididamente preocupados, se inclinaron hasta tocarse casi las rodillas<br />

con la cabeza.<br />

Beausire siguió con altivez a su superior.<br />

La vieja abrió los cerrojos de la puerta.<br />

—¡Al palacio de la embajada, calle de la Jussienne! —gritó Beausire al ayuda de<br />

cámara.<br />

—¡Al palacio de la embajada, calle de la Jussienne! —gritó el lacayo al cochero.<br />

Boehmer lo oyó a través del postigo.<br />

—Negocio fracasado —gruñó el lacayo.<br />

—Negocio hecho —dijo Beausire—. Dentro de una hora estos idiotas estarán en la<br />

embajada.<br />

La carroza arrancó como si tirasen de ella ocho caballos.<br />

XXIX<br />

<strong>LA</strong> EMBAJADA

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