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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Pero eso es maravilloso —dijo madame du Barry, muerta de risa—. De verdad que<br />

jamás he visto a un hombre que sea a la vez tan serio y tan divertido como vos.<br />

—Yo os aseguro —dijo De Cagliostro, inclinándose hacia ella— que Jonatán () era<br />

todavía más divertido que yo. Ah, aquel compañero encantador... Hasta el punto de que,<br />

cuando fue muerto por Saúl, yo creí que me volvería loco.<br />

—Si continuáis así, conde —dijo el duque de Richelieu—, a quien vais a volver loco es<br />

al pobre De Taverney, que tiene tanto miedo a la muerte y que os mira con ojos<br />

espantados, creyéndoos inmortal. Veamos, francamente. ¿Lo sois o no?<br />

—¿Inmortal?<br />

—Inmortal.<br />

—Yo no sé nada de eso. Sólo puedo afirmar una cosa.<br />

—¿Cuál? —preguntó De Taverney, más ansioso que los otros oyentes del conde.<br />

—Que he visto todas las cosas y he tratado a todos los personajes que he citado hace un<br />

momento.<br />

—¿Conocisteis en verdad a Montecuccoli?<br />

—Como os conozco a vos, monsieur de Favras, y aún más íntimamente, porque ésta es<br />

la segunda o tercera vez que tengo el placer de veros, mientras que con aquél viví casi<br />

un año en la misma tienda.<br />

—¿Ya Felipe de Valois?<br />

—Como tengo el honor de decíroslo, monsieur de Condorcet. Pero, cuando él volvía a<br />

París, yo abandonaba Francia para regresar a Bohemia.<br />

—¿Cleopatra?<br />

—Sí, señora condesa. Ya os he dicho que ella tenía los ojos negros, como vos. Y la<br />

garganta casi tan bella como la vuestra.<br />

—Pero, conde, ¿sabéis cómo tengo la garganta?<br />

—La tenéis parecida a la de Casandra, madame. Y para que nada falte a este parecido,<br />

ella tenía, como vos, o vos tenéis como ella, un pequeño lunar negro a la altura de la<br />

sexta costilla izquierda.<br />

—Conde, creo que sois brujo.<br />

—No, marquesa —dijo el mariscal de Richelieu, riendo—. Soy yo quien se lo ha dicho.<br />

—¿Y vos cómo lo sabéis?<br />

El mariscal frunció los labios.<br />

—Es un secreto de familia.<br />

—Está bien, está bien —dijo madame du Barry—. En verdad, mariscal, que hay que<br />

ponerse una doble capa de maquillaje cuando se viene a vuestra casa. —Y volviéndose<br />

hacia De Cagliostro, agregó—: Verdaderamente, monsieur, tenéis el secreto de<br />

rejuvenecer, porque a la edad de tres o cuatro mil años, como vos declaráis, parecéis<br />

apenas de cuarenta.<br />

—Sí, madame; tengo el secreto para rejuvenecer.<br />

—Oh, rejuvenecedme, entonces.<br />

—No es necesario, madame. El milagro ya ha sido realizado. Se tiene la edad que se<br />

aparenta. Y todo lo más, vos tenéis treinta años.<br />

—Eso es una galantería.<br />

—No, madame, es un hecho.<br />

—Explicaos.<br />

—Es bien fácil. Habéis usado de mi procedimiento vos misma.<br />

—¿Cómo es eso?<br />

—Habéis robado mi elixir.<br />

—¿Yo...?<br />

—Vos, condesa. No lo habréis olvidado.

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