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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Sí.<br />

—Hay el canciller, un francés que destroza el portugués y que está encantado cuando<br />

los portugueses le hablan en francés, pues entonces no sufre.<br />

—¿Y qué más? —preguntó Beausire.<br />

—Nosotros, señores, nos presentaremos a este buen hombre con todos los<br />

merecimientos propios de la nueva legación.<br />

—Los merecimientos serán buenos —dijo Beausire—, pero los papeles valen más.<br />

—Habrá también papeles —repuso don Manoel.<br />

—Hay que reconocer que don Manoel es un hombre de calidad —dijo Beausire.<br />

—Después de convencer al canciller con las apariencias y los papeles de la identidad de<br />

la legación, nos instalaremos en la embajada.<br />

—Es un gran riesgo —interrumpió Beausire.<br />

—Es forzoso —continuó el portugués.<br />

—Es simple —afirmaron los otros asociados.<br />

—¿Pero y el canciller? —objetó Beausire.<br />

—Ya hemos dicho que está convencido.<br />

—Y como empiece a dudar, se le despide. Creo que un embajador tiene derecho a<br />

cambiar de canciller.<br />

—Claro que sí.<br />

—Entonces seremos dueños de la embajada y nuestra primera operación será visitar a<br />

Boehmer y Bossange.<br />

—No, no —dijo vivamente Beausire—. Me parece que olvidáis un punto capital, y yo<br />

sé que es pertinente por haber frecuentado la corte. Y es que una operación como la que<br />

decís no la realiza un embajador sin antes haber sido recibido en audiencia, y aquí veo<br />

un peligro. El famoso Rizabey, que fue recibido por Luis XIV como embajador del Sha<br />

de Persia y que tuvo el aplomo de ofrecer a Su Majestad Muy Cristiana un valioso<br />

obsequio...; Rizabey, digo, hablaba muy bien la lengua persa, y al diablo si había en<br />

Francia un sabio que pudiera probar que no venía de Ispahan. Pero nosotros seríamos<br />

reconocidos inmediatamente. En seguida nos dirían que hablábamos un portugués del<br />

más puro francés, y en premio se nos enviaría a la Bastilla. Vayamos con cuidado.<br />

—Vuestra imaginación os lleva demasiado lejos, querido colega —dijo el portugués—.<br />

Nosotros no iremos en busca de esos peligros; seguiremos cada uno en nuestro palacio.<br />

—Entonces, Boehmer no nos creerá tan portugueses o tan embajadores como<br />

convendría.<br />

—Boehmer comprenderá que venimos a Francia por la misión de comprar el collar.<br />

Como el embajador fue sustituido mientras estábamos en camino, la orden de<br />

reemplazarle se nos ha remitido. Esta orden, si es preciso, se le enseñará a Bossange,<br />

puesto que habrá sido también enseñada al canciller de la Embajada. Solamente a los<br />

ministros del rey convendrá no enseñar la orden, porque los ministros son curiosos,<br />

desconfiados, y nos complicarían la gestión.<br />

—Eso, eso —gritó la asamblea—. No nos pongamos en relaciones con el Ministerio.<br />

—Y si Boehmer y Bossange pidieran...<br />

—¿Qué? —preguntó don Manoel.<br />

—Un anticipo —dijo Beausire.<br />

—Eso complicaría el asunto —dijo el portugués, ya preocupado.<br />

—Porque —prosiguió Beausire— es costumbre que un embajador llegue con letras de<br />

crédito si no trae dinero.<br />

—Es justo —dijeron los asociados.<br />

—El proyecto fracasará —continuó Beausire.

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