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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Justo. Adiós.<br />

El desconocido se dirigió al piso de arriba, lo que no le fue difícil a pesar de que la<br />

escalera estaba a oscuras, y ella, llamando a gritos a su Beausire, evitaba que éste oyese<br />

los pasos de su cómplice.<br />

—Subid, monsieur enfurruñado —le gritaba a Beausire, quien mientras subía<br />

consideraba, sin tenerlas todas consigo, la superioridad moral y física del intruso, tan<br />

insolentemente instalado en un domicilio ajeno.<br />

Sin embargo, entró en el piso, donde ella le esperaba.<br />

Había envainado la espada y rumiaba un discurso. La «fiel» Olive lo cogió por los<br />

hombros, lo empujó adentro y cerró la puerta con doble vuelta de llave, como había<br />

prometido.<br />

Al bajar la escalera para llegar cuanto antes a la calle, el desconocido oyó el comienzo<br />

de un pugilato tan ruidoso que le recordó los cobres de una orquesta y pensó en los<br />

puñetazos que se confunden en trallazos.<br />

A los trallazos se mezclaban los gritos y los reproches; Beausire rugía y ella recitaba.<br />

«En efecto —se decía el desconocido mientras se alejaba—, nunca habría creído que esa<br />

mujer, tan asustada hace un momento por la llegada de su amante, fuese tan brava y<br />

resistiese lo que resiste.»<br />

El desconocido no se detuvo para saber quién salía victorioso.<br />

Y dobló la esquina de la calleja de Anjou-Dauphine, donde encontró su carroza. Dirigió<br />

unas palabras a uno de sus criados, el cual se situó debajo de las ventanas de la dama,<br />

aprovechando la sombra de la arcada de una casa antigua, desde donde veía las ventanas<br />

iluminadas, el movimiento de sus inquilinos y casi todo lo que ocurría en la sala<br />

indicada por el desconocido. Las imágenes de los dos camorristas, primero muy<br />

desbocadas, se fueron sosegando, y al fin ya sólo se veía una en pie.<br />

XX<br />

<strong>EL</strong> ORO<br />

He aquí lo que pasó detrás de las cortinas: primero, Beausire se sorprendió al ver cerrar<br />

la puerta con doble vuelta de llave. Y le sorprendió más oír los gritos de su querida<br />

Olive. Y luego la inenarrable sorpresa de hallar a un rival sentado en el sofá como si<br />

estuviera en su casa.<br />

Siguieron registros, amenazas, llamadas; si el hombre se ocultaba, tenía miedo; si tenía<br />

miedo, Beausire triunfaba.<br />

Olive le obligó a que no buscase más y a que dejase de preguntar. Pero a Beausire,<br />

maltratado y humillado, le dio también por gritar, y ella, que sabía que no era culpable,<br />

puesto que el cuerpo del delito había desaparecido —quia corpus delicti haberat, como<br />

dice el texto—, gritó tan alto que, para hacerla callar, Beausire le aplicó la mano en la<br />

boca, o mejor, intentó hacerlo, y se equivocó, porque mademoiselle Olive, a la mano de<br />

él, opuso con más rapidez la suya, contundente, elocuente, eficacísima..., como que fue<br />

la suya la mano que se estrelló en la mejilla de Beausire, el cual, sin embargo, le replicó<br />

con una bofetada que la dejó sorda, y entonces ella se revolvió, arrojándole un jarrón<br />

que de milagro no dio en el blanco, que era la cabeza de Beausire, y el bravo Beausire le<br />

respondió haciendo molinetes con el bastón, rompiendo varias tazas y dándole de plano<br />

en el hombro. ¡Ah! Entonces, ella se le echó encima, clavándole las uñas en la garganta,<br />

y si rabioso él, más rabiosa ella al verse con el vestido desgarrado. Y Beausire, agotado,<br />

extenuado, en vez de con más golpes, prefirió defenderse con palabras.<br />

—Eres una infame, y me estás arruinando.

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