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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Oliverio la vio pasar. Colocóse junto a los tapices para no rozar siquiera, a su paso, su<br />

vestido. Quedó solo en el salón con Felipe, bajando la cabeza como su cuñado y<br />

esperando el resultado de esta entrevista que la reina iba a tener con Andrea.<br />

Esta halló a María Antonieta en el gran gabinete.<br />

A pesar de la estación, era el mes de junio, había hecho encender fuego; estaba sentada<br />

en su sillón, con la cabeza echada hacia atrás, los ojos cerrados y las manos juntas como<br />

una muerta. Estaba tiritando.<br />

La señora de Misery, que había introducido a Andrea, corrió las cortinas, cerró las<br />

puertas y salió de la habitación.<br />

Andrea, de pie, temblando de emoción y de cólera y también de debilidad, esperaba con<br />

la vista baja que llegase una palabra a su corazón. Esperaba la voz de la reina, como el<br />

condenado espera el hacha que tiene que troncharle la vida.<br />

Seguramente que si María Antonieta hubiera abierto la boca en aquel momento, Andrea,<br />

aniquilada como estaba, habría sucumbido antes de comprender o de contestar.<br />

Un minuto, un siglo en este espantoso sufrimiento, transcurrió antes de que la reina<br />

hiciese un gesto. Al fin se levantó apoyando sus brazos en los del sillón, tomó de la<br />

mesa un papel que sus dedos vacilantes dejaron escapar muchas veces.<br />

Después, caminando como una sombra, sin que se oyese otro ruido que el roce de su<br />

vestido con la alfombra, llegó hasta donde estaba Andrea y le entregó el papel sin<br />

pronunciar una palabra.<br />

Entre ambos corazones la palabra era superflua; la reina no tenía necesidad de estimular<br />

la comprensión de Andrea y ésta no podía dudar un momento de la grandeza de alma de<br />

la reina. Cualquiera otra hubiera supuesto que María Antonieta le ofrecía una crecida<br />

pensión, la firma de un acta de propiedad o el título de algún cargo en la corte.<br />

Andrea adivinó que el papel contenía otra cosa. Lo tomó y sin moverse del lugar que<br />

ocupaba, se puso a leerlo.<br />

Los brazos de María Antonieta cayeron a lo largo de su cuerpo. Sus ojos se levantaron<br />

lentamente hasta Andrea.<br />

"Andrea— había escrito la reina—, me habéis salvado. Me devolvisteis el honor: mi<br />

vida es vuestra. En nombre de este honor que os cuesta tan caro, yo os juro que me<br />

podéis llamar hermana. Probadlo, no me veréis ruborizar.<br />

"Pongo este escrito en vuestras manos; es el compromiso de mi agradecimiento; es la<br />

dote que os entrego.<br />

"Vuestro corazón es el más noble de todos los corazones y por lo mismo me sabrá<br />

agradecer el regalo que os ofrezco.<br />

"María Antonieta de Lorena y de Austria."<br />

Andrea, a su vez, miró a la reina. La vio con los ojos inundados de lágrimas, con la<br />

cabeza aturdida, esperando una respuesta.<br />

Atravesó lentamente la habitación en dirección a la chimenea, arrojó el papel al fuego,<br />

saludó profundamente y sin pronunciar una palabra salió del gabinete.<br />

María Antonieta dio un paso para detenerla, para seguirla; pero la inflexible condesa,<br />

dejando la puerta abierta, fue al encuentro de su hermano en el salón vecino.<br />

Felipe llamó a Charny, le tomó la mano que puso en la de Andrea, mientras que en el<br />

umbral del gabinete, tras los tapices, que ella apartaba con la mano, la reina asistía a la<br />

dolorosa escena.<br />

Charny se fue como el prometido de la muerte a quien su lívida novia se lleva; se fue<br />

mirando hacia atrás la pálida cara de María Antonieta que, paso a paso, le vio<br />

desaparecer para siempre.

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