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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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La reina lanzó un grito, llamó a Juana y a Andrea, corrió a buscarlas al otro lado del<br />

tapiz y las trajo a cada una de una mano, casi arrastrándolas.<br />

—Señoras, el conde de Artois afirma que me vio en la Ópera!<br />

—¡Oh! —murmuró Andrea.<br />

—Nada de vaguedades —condicionó la reina—. Probadlo, probadlo...<br />

—Puesto que vos lo queréis... He aquí la prueba. Yo estaba con el duque de Richelieu,<br />

con monsieur de Calonne, con... Se os cayó la máscara...<br />

—¿Mi máscara?<br />

—Iba a deciros que era una temeridad, pero desaparecisteis, arrastrada por el caballero<br />

que os daba el brazo.<br />

—¿Qué caballero? ¡Dios mío, vais a volverme loca!<br />

—Un dominó azul —dijo el príncipe.<br />

La reina se pasó la mano por la frente, y preguntó:<br />

—¿Qué día fue ése?<br />

—El sábado, la víspera de mi partida para la cacería. Vos dormíais todavía cuando yo<br />

me fui, sin que yo pudiera deciros lo que os acabo de contar.<br />

—¡Dios mío, Dios mío! ¿A qué hora me visteis?<br />

—Podrían ser entre las dos o las tres...<br />

—Decididamente, yo estoy loca o lo estáis vos.<br />

—Os repito que soy yo. Quizá me engañé. Sin embargo...<br />

—Sin embargo...<br />

—No lo toméis con ese furor. No se ha sabido nada. Durante un momento creí que<br />

estabais con el rey, pero el caballero que os acompañaba hablaba en alemán, y el rey no<br />

conoce otro idioma extranjero que el inglés.<br />

—Alemán..., un alemán... Tengo una prueba terminante: el sábado me acosté a las ocho.<br />

El conde la miró sonriendo, incrédulo.<br />

La reina tocó la campanilla.<br />

—Madame de Misery os lo confirmará.<br />

El conde se echó a reír, proponiéndole:<br />

—¿Por qué no llamáis también a Laurent, el suizo de la puerta privada? El lo confirmará<br />

también. Soy yo quien ha cargado ese cañón, pero no lo disparéis ahora contra mí.<br />

—¡Oh! —exclamó, irritada—. ¡Que no se me crea...!<br />

—Yo os creería si os viese menos enfurecida, pero el medio que empleáis... Si yo digo<br />

sí, otros, los que vayan apareciendo, dirán no.<br />

—¿Otros? ¿Qué otros?<br />

—Los que os vieron, como yo.<br />

—Muy interesante. Pues a esos que me vieron, presentádmelos, inmediatamente...<br />

—Felipe de Taverney estaba allí.<br />

—¿Mi hermano? —dijo Andrea.<br />

—Estaba allí, mademoiselle —respondió el príncipe—. ¿Queréis que se le pregunte?<br />

—Al instante.<br />

—¡Dios mío! —murmuró Andrea,<br />

—¿Qué? —dijo la reina.<br />

—¡Mi hermano como testigo!<br />

—¡Lo ordeno!<br />

La reina llamó y mandó que fuesen a buscar a Felipe a casa de su padre, que él acababa<br />

de abandonar después de la escena que hemos descrito.<br />

Felipe, dueño del campo de batalla después de su duelo con De Charny, y que acababa<br />

de rendir un servicio a la reina, se dirigía con íntimo contento al palacio de Versalles. Se<br />

le encontró a mitad de camino. Le informaron la orden de la reina y obedeció.

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