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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Muy bien, condesa —dijo la reina—; puesto que el príncipe de Rohan os ha parecido<br />

tan noble y tan cumplido, no me molestará que le expreséis vuestro juicio. Es un prelado<br />

mundano, un pastor que cuida de las ovejas tanto para sí como para el Señor.<br />

—¡Oh, madame!<br />

—¿Qué? ¿Le calumnio? ¿No es ésa su reputación? ¿No ha hecho de todo ello una<br />

especie de gloria? ¿No lo veis en los días de ceremonia, cómo agita sus bellas manos,<br />

porque, ciertamente, son hermosas, y hace centellear el anillo pastoral, en que las<br />

devotas fijan en él sus ojos, más brillantes que el zafiro del cardenal? Los trofeos del<br />

cardenal —prosiguió la reina, con calor— son numerosos. Aunque han promovido<br />

escándalo. El prelado es un hombre galante como los de la Fronda. El elogio que él<br />

merezca por sus actividades me guardaré de precisarlo.<br />

—Madame —dijo Juana, estimulada por la familiaridad con que le hablaba la reina—,<br />

yo no sé si el cardenal pensaba en sus devotas cuando me hablaba con tanto fervor de<br />

las virtudes de Vuestra Majestad, pero sé que sus bellas manos no las agitaba en el aire,<br />

sino que las tenía quietas sobre el corazón.<br />

La reina sacudió la cabeza, riendo forzadamente y diciendo:<br />

—Continuad.<br />

—Vuestra Majestad me desconcierta: esa modestia que le hace rechazar toda alabanza...<br />

—¿Del cardenal? ¡Claro que sí!<br />

—¿Por qué, madame?<br />

—Porque me parece sospechosa, condesa.<br />

—Yo no puedo —repuso Juana, con el mayor respeto— defender a quien ha tenido la<br />

desdicha de no ganarse vuestro afecto, y no dudo de que sea culpable, puesto que ha<br />

desagradado a la reina.<br />

—Monsieur de Rohan no me ha desagradado; me ha ofendido. Pero como soy reina y<br />

cristiana, estoy noblemente obligada a olvidar las ofensas.<br />

La reina dijo sus últimas palabras con aquella majestuosa bondad tan exclusivamente<br />

suya. Ante el silencio de Juana, le preguntó:<br />

—¿No decís nada más?<br />

—Le parecería sospechosa a Su Majestad si mi opinión fuese contraria a la suya.<br />

—¿No pensáis como yo respecto al cardenal?<br />

—Totalmente al revés, madame.<br />

—No hablaríais así si supierais lo que el príncipe Louis ha hecho en contra mía.<br />

—Sólo sé lo que le he visto hacer en servicio de Su Majestad.<br />

—¿Galanterías, gentilezas, buenos deseos, cumplimientos? —preguntó la reina.<br />

Juana no contestó.<br />

—Sentís hacia monsieur de Rohan una viva amistad, condesa; no le atacaré más delante<br />

de vos —dijo, riendo, la reina.<br />

—Madame —repuso Juana—, prefiero más vuestra cólera que vuestra burla. Lo que<br />

siente el cardenal por Vuestra Majestad es un afecto tan respetuoso que estoy segura de<br />

que si viera a la reina reírse a causa de él moriría de dolor.<br />

—Entonces, ha cambiado mucho.<br />

—Vuestra Majestad me hizo el honor de decirme el otro día que diez años antes, el<br />

cardenal era un apasionado...<br />

—Bromeaba, condesa —dijo severamente la reina.<br />

Reducida al silencio Juana, le pareció a la reina que se resignaba a no luchar más, pero<br />

María Antonieta se engañaba. Para esas mujeres en cuya naturaleza forcejean el tigre y<br />

la serpiente, el momento en que se repliegan es siempre el preludio del ataque; el reposo<br />

concentrado precede al ímpetu.

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