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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Mademoiselle Olive respiraba con dificultad al acercarse al descansillo para escuchar.<br />

XIX<br />

MONSIEUR BEAUSIRE<br />

Mademoiselle Olive se interpuso bravamente ante un hombre enfurecido que, con los<br />

puños crispados, el rostro pálido, los vestidos en desorden, hacía irrupción en el<br />

apartamento con terribles imprecaciones.<br />

—Beausire, quieto, Beausire —dijo ella, con una voz que no denotaba el temor<br />

suficiente para que nadie se equivocase sobre el valor de esta mujer.<br />

—¡Déjame! —gritó el recién llegado, desembarazándose con brutalidad de los brazos de<br />

su amante.<br />

Y continuó, en un tono más rabioso:<br />

—¡Ah! Porque había aquí un hombre no se me abría la puerta. Di.<br />

El desconocido, según hemos dicho, seguía en el sofá, tranquilo e inmóvil, por lo que el<br />

tal Beausire tomó por indecisión su postura, incluso por miedo.<br />

Se enfrentó con el hombre con un rechinamiento de dientes de mal augurio.<br />

—Supongo que vos me responderéis —dijo.<br />

—¿Y qué es lo que queréis que yo os diga, mi querido monsieur Beausire?<br />

—¿Qué hacéis aquí? Y primero de todo, ¿quién sois vos?<br />

—Soy un hombre muy tranquilo al que vos miráis enfurecido, y hablaba con<br />

mademoiselle con toda honestidad.<br />

—Cierto, cierto —exclamó ella—, con toda honestidad.<br />

—¡Cállate tú! —gruñó Beausire.<br />

—Oh, no —dijo el desconocido—; no riñáis así a mademoiselle, tan inocente ella; si<br />

tenéis mal humor...<br />

—Claro que lo tengo.<br />

—Habrá perdido en el juego —murmuró ella.<br />

—He sido despojado, ¡muerte de todos los diablos! —gritó Beausire.<br />

—Pero no estaríais enfadado si vos hubierais despojado al otro —dijo riendo el<br />

desconocido—. Se comprende, querido monsieur Beausire.<br />

—Dejaos de bromas y hacedme el favor de largaros de aquí.<br />

—Oh, monsieur Beausire, sed indulgente.<br />

—¡Muerte de todos los diablos del infierno! Levantaos y marchaos de aquí, o destrozo<br />

el sofá y todo lo que hay encima.<br />

—Vos no me habíais dicho, mademoiselle, que monsieur Beausire tenía accesos de<br />

lunático. Santo Dios, qué ferocidad.<br />

Beausire, exasperado, hizo un gran movimiento de comediante, y para sacar la espada<br />

describió con los brazos y la hoja un círculo de no menos diez pies de circunferencia.<br />

—¡Vamos, levantaos rápido! —dijo—. En caso contrario, os clavo contra el respaldo.<br />

—En verdad que sería desagradable —repuso el desconocido, sacando tranquilamente<br />

de la vaina el espadín que había puesto detrás de él, en el sofá.<br />

Mademoiselle Olive lanzaba gritos agudos.<br />

—Ah, mademoiselle —dijo el desconocido, con su espada en la mano y sin haberse<br />

levantado—, callaos, porque pueden ocurrir dos cosas: la primera, que vais a aturdir a<br />

monsieur Beausire y que él se va a hacer atravesar; la segunda, que la policía subirá,<br />

llamará y os llevará sin más a Saint-Lazare.<br />

Ella reemplazó los gritos por una pantomima muy expresiva. El espectáculo era curioso.<br />

De un lado, Beausire, despechugado, borracho, temblando de rabia, dirigía golpes<br />

derechos, sin táctica, a un adversario impenetrable. Del otro, un hombre sentado en un

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