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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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XXXI<br />

<strong>LA</strong> CASA D<strong>EL</strong> GACETILLERO<br />

Era la mañana siguiente del día en que los portugueses habían formalizado su negocio<br />

con Boehmer, y tres días después del baile de la Ópera, al cual hemos visto asistir a<br />

algunos de los principales personajes de esta historia.<br />

En la calle Montorgueil, en el fondo de un patio cerrado por una verja, había una casita<br />

de humilde aspecto, defendida del ruido de la calle por contraventanas que recordaban<br />

la construcción típica de provincias.<br />

En el fondo de este patio aparecía una tienda, abierta a medias a los que habían<br />

franqueado la verja y atravesado el patio.<br />

Era la casa de un periodista muy nombrado, de un gacetillero, como se les llamaba<br />

entonces. El redactor vivía en el primer piso. Los bajos servían de almacén para las<br />

ediciones de la Gaceta, numerado cada ejemplar. Los otros dos pisos pertenecían a<br />

gentes pacíficas y que pagaban bastante caro la desgracia de asistir varias veces al año a<br />

ruidosas escenas hechas al gacetillero por agentes de la policía, por particulares<br />

ofendidos o por actores tratados como ilotas9.<br />

Esos días los inquilinos de la casa de La Grille, como se la llamaba en el distrito, se<br />

apostaban tras las ventanas de la fachada a fin de acechar lo que ocurría y oír mejor los<br />

aullidos del gacetillero, el cual perseguido, solía refugiarse en la calle de los Vieux-<br />

Augustins, huyendo por una salida que comunicaba con su habitación.<br />

Una puerta se abría, se cerraba, y el ruido concluía. El hombre amenazado había<br />

desaparecido; los asaltantes se encontraban solos frente a cuatro fusileros de los<br />

guardias franceses, que una vieja criada había corrido a requerir al puesto de la Halle.<br />

Ocurría muchas veces que los asaltantes, no encontrando a nadie en quien descargar su<br />

cólera, sacaban del almacén los papelotes, húmedos aún de la impresión, y los rompían,<br />

los pisoteaban, si por desgracia había fuego cerca, destruyendo la mayor cantidad<br />

posible de papeles culpables.<br />

¿Pero qué era un trozo de gaceta para una venganza que reclamaba trozos de piel de<br />

gacetillero? Aparte de estas escenas, la tranquilidad de la casa de La Grille era<br />

proverbial.<br />

Reteau salía por la mañana, hacía su ronda por los muelles, las plazas y los bulevares.<br />

Acechaba las escenas cómicas, los vicios, y los anotaba, los retrataba al vivo y los<br />

imprimía en su próximo número.<br />

El periódico era hebdomadario, o sea, que durante cuatro días monsieur Reteau cazaba<br />

el artículo, lo hacía imprimir en los tres siguientes, y así llegaba oportunamente el día de<br />

la publicación del número.<br />

La hoja acababa de aparecer el día de que nosotros hablamos setenta y dos horas<br />

después del baile de la Ópera, en el que mademoiselle Olive había disfrutado tanto del<br />

brazo del dominó azul.<br />

Reteau se había levantado a las ocho, recibiendo de su vieja criada el número del día,<br />

todavía oliendo a tinta.<br />

Se apresuró a leer el número con el cuidado que un padre lleno de ternura emplea en<br />

pasar revista a las cualidades o a los defectos de su querido hijo.<br />

Después, y cuando hubo terminado, le dijo a la vieja:<br />

—Aldegonde, éste sí que es un bonito número; ¿lo habéis leído?<br />

—Cuando termine la sopa lo leeré.<br />

—Estoy contento de este número —dijo el gacetillero, levantando sobre su delgado<br />

colchón sus brazos, todavía más delgados.<br />

—Sí —repuso Aldegonde—, ¿pero sabéis lo que se dice en la imprenta?

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