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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Como os veo a vos.<br />

Felipe miró fijamente al conde. Quería oponer su mirada, tan franca y tan noble, contra<br />

la mirada centelleante de De Cagliostro, pero el duelo terminó por fatigarle y exclamó:<br />

—Os repito que mentís.<br />

De Cagliostro se encogió de hombros como si hubiera oído el insulto de un loco.<br />

—¿No me oís o no me entendéis?<br />

—No he perdido una sola palabra de las que acabáis de decir.<br />

—¿No sabéis a lo que obliga un mentís?<br />

—Sí —repuso De Cagliostro—, incluso un proverbio francés dice que a un mentís<br />

corresponde una bofetada.<br />

—Pues hay algo que me asombra.<br />

—¿Qué?<br />

—No haber visto todavía vuestra mano levantarse sobre mi rostro, puesto que sois<br />

gentilhombre, y conocéis el proverbio francés.<br />

—Antes de hacerme gentilhombre y de aprender el proverbio, Dios me ha hecho<br />

hombre y me ha dicho que se debe amar a nuestros semejantes.<br />

—Entonces, ¿os negáis a darme satisfacción con la espada en la mano?<br />

—Yo no pago más que lo que debo.<br />

—Supongo, pues, que me daréis satisfacción de alguna otra manera.<br />

—¿Cuál?<br />

—No pienso trataros peor de lo que un hombre de la nobleza debe tratar a otro; sólo os<br />

exijo que queméis delante de mí todos los ejemplares que hay en el armario.<br />

—Me niego.<br />

—Pensadlo bien.<br />

—Ya está pensado.<br />

—Me obligaréis a que haga con vos lo que he hecho con el gacetillero.<br />

—¿Unos cuantos bastonazos? —dijo De Cagliostro riendo y sin moverse, lo mismo que<br />

si fuese una estatua.<br />

—Ni más ni menos. Y no penséis en llamar a vuestra gente.<br />

—¿Yo? ¿Y por qué he de llamar a mi gente si esto no le incumbe? Mis asuntos los<br />

resuelvo yo. Soy más fuerte que vos. ¿Lo dudáis? Os aconsejo que reflexionéis.<br />

¿Queréis intimidarme con vuestro bastón? Acercaos y os cogeré por el cuello y por el<br />

espinazo y os arrojaré a diez pasos de mí, y esto, oídme bien, cada vez que os acerquéis.<br />

—Juego de lord inglés, igual a juego de mozo de mulas. Pues sea, monsieur Hércules;<br />

acepto.<br />

Y enfurecido, Felipe se arrojó sobre De Cagliostro, quien en el acto trinco sus brazos<br />

como con dos ganchos de acero, lo sujetó por el cuello y la cintura y lo arrojó sobre los<br />

almohadones del sofá que había en un ángulo del salón.<br />

Tras esa demostración de fuerza, volvió a colocarse delante de la chimenea, como si<br />

nada hubiese pasado.<br />

Felipe se había levantado pálido y colérico, pero se sobrepuso en el acto, recobrando su<br />

aplomo y su moral combativa.<br />

—Sois fuerte como cuatro hombres, pero tenéis una lógica menos poderosa que los<br />

puños. Tratándome como habéis hecho, habéis olvidado que vencido y humillado seré<br />

siempre vuestro enemigo, y que me asiste el derecho de deciros: «La espada en la mano,<br />

conde, pues de lo contrario os mato.»<br />

De Cagliostro continuó inmóvil.<br />

—¡La espada en la mano, os digo, o moriréis!

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