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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—No me ha visto nadie— replicó Nicolasa.<br />

—No obstante, para haber adivinado que hay una mujer en el pabellón... Tened cuidado,<br />

pues.<br />

—¡Señor conde!— dijo Olive—. ¿Por qué tengo que temer? Si me han visto, lo que no<br />

creo, no me verán más y si me volviesen a ver, sería de lejos, porque en la casa no se<br />

puede entrar, ¿verdad?<br />

—Esta casa es impenetrable— respondió el conde—, porque a menos que escalen la<br />

muralla, lo que no es muy cómodo o que abran la puerta de entrada con una llave como<br />

la mía, lo que no es fácil, teniendo en cuenta que jamás la abandono...<br />

Y al decir estas palabras mostraba la llave que le servía para entrar por la puerta<br />

pequeña.<br />

—Además, como no tengo el menor interés en ser causa de vuestra perdición, no le dejo<br />

la llave a nadie; y como vos no obtendríais la menor ventaja en caer en manos del señor<br />

de Crosne, no dejaréis que escalen la muralla. De manera, hija mía, que ya quedáis<br />

avisada, por lo que podéis arreglar vuestros asuntos como queráis.<br />

Olive se deshizo en protestas de toda clase y se apresuró a acompañar al conde, que no<br />

insistió mucho en quedarse.<br />

Al día siguiente, a las seis de la mañana, estaba ya en su balcón, aspirando el aire puro<br />

de las colinas cercanas y dirigiendo miradas curiosas hacia las ventanas cerradas de su<br />

cortés amiga.<br />

Por su parte, ésta, que se despertaba ordinariamente a las once de la mañana, apareció<br />

en cuanto se asomó Olive, como si hubiera estado esperando tras las cortinas el<br />

momento oportuno para presentarse.<br />

Saludáronse las dos mujeres, y Juana, sacando medio cuerpo fuera del balcón, miró a su<br />

alrededor. No había nadie. Tanto la calle, como las ventanas de las casas estaban<br />

desiertas.<br />

Colocó entonces sus manos a guisa de bocina en la boca y con entonación vibrante y<br />

sostenida que no era un grito, pero que se dejaba oír bien, dijo a Olive:<br />

—Os he querido visitar, señora.<br />

—¡Chist!—rogó Olive retrocediendo con espanto.<br />

Y puso el dedo sobre los labios.<br />

Juana, a su vez, se echó hacia atrás para esconderse tras las cortinas, pensando que había<br />

algún indiscreto, pero casi en seguida reapareció, tranquilizada por la sonrisa de<br />

Nicolasa.<br />

—¿No se os puede ver?— preguntó.<br />

—¡Ay!— se dolió Olive—. Es imposible.<br />

—¿Ni podéis recibir cartas?<br />

—¡Tampoco!<br />

Juana reflexionó algunos momentos.<br />

Olive, para agradecerle su tierna solicitud, le envió un beso encantador, que Juana le<br />

devolvió por partida doble; después de esto, cerró la ventana.<br />

En la mirada de la condesa adivinó la protegida de Cagliostro que había hallado algún<br />

medio de hacer algo más efectiva aquella comunicación.<br />

Y, en efecto, Juana reapareció dos horas después; el sol daba con toda su fuerza. El<br />

pavimento de la calle ardía bajo sus rayos.<br />

Olive vio aparecer a su vecina en la ventana con una ballesta. Juana, riendo, hizo un<br />

signo para que se apartase.<br />

Obedeció la joven, riendo como su compañera y buscó refugio tras el postigo.

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