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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Debo cuidar, ante todo, mi tranquilidad, la felicidad de mi casa. No faltaba sino este<br />

primer fracaso para demostrarme a cuántos disgustos iba a exponerme y cuántas<br />

desgracias me esperaban en el camino emprendido y al que renuncio. Obremos franca y<br />

libremente, con toda sencillez.<br />

—¡Señora!<br />

—Y para empezar, sacrifiquemos nuestra vanidad en el altar del deber, como diría el<br />

señor Dorat.<br />

Y suspirando, murmuró:<br />

—¡No obstante el collar era muy hermoso!<br />

—Lo es todavía, señora, y siempre es dinero.<br />

—Desde este momento no es más que un montón de piedras para mí. Se debe hacer con<br />

ellas lo mismo que hacen los niños cuando han jugado con las piedras: tirarlas y<br />

olvidarlas.<br />

—¿Qué quiere decir Vuestra Majestad?<br />

—La reina quiere decir, querida condesa, que vais a tomar de nuevo el estuche que me<br />

trajo... el señor de Rohan..., para devolverlo a los joyeros Boehmer y Bossange.<br />

—¿Devolvérselo?<br />

—Exactamente.<br />

—Pero Vuestra Majestad ha entregado doscientas cincuenta mil libras como seña.<br />

—Gano todavía doscientas cincuenta mil libras, condesa; en esto estoy de acuerdo con<br />

las cuentas del rey.<br />

—¡Señora! ¡Señora!— exclamó la condesa—, ¡perder así un cuarto de millón! Porque<br />

puede ocurrir que los joyeros se hallen con dificultades para devolver unos fondos de<br />

los que seguramente ya habrán dispuesto.<br />

—Cuento con esto y les abandono el importe de la seña, a condición de que se rompa el<br />

contrato. Desde que veo esta posibilidad, condesa, me siento más tranquila. Con el<br />

collar han llegado hasta aquí las preocupaciones, las penas, los temores, las sospechas.<br />

Jamás estos diamantes tendrían destellos suficientes para poder secar las nubes de<br />

lágrimas que siento flotar sobre mí. Condesa, llevaos este estuche en seguida. Los<br />

joyeros hacen con esto un lindo negocio. Doscientas cincuenta mil libras de<br />

gratificación, es un buen beneficio que obtienen de mí, y, además, continúan poseyendo<br />

el collar. Espero que no se lamentarán de esto y que nadie sabrá nada. El cardenal no ha<br />

obrado sino para complacerme. Le diréis que mi gusto es no volver a ver este collar. Si<br />

es hombre de talento me comprenderá, y si es buen sacerdote, aprobará mi conducta y<br />

robustecerá mi sacrificio.<br />

Y diciendo estas palabras la reina tendía el estuche cerrado a Juana. Esta lo rechazó<br />

suavemente.<br />

—Señora— dijo—, ¿por qué no tratar de obtener un plazo?<br />

—¿Pedir?... ¡No!<br />

—He dicho obtener, señora.<br />

—Pedirlo es humillarse, condesa; obtenerlo es ser humillada. Concebiría que uno se<br />

humillase por una persona amada, para salvar a una criatura viviente, aunque fuese un<br />

perro; pero por tener el derecho de guardar unos diamantes que brillan como carbones<br />

encendidos, sin ser más luminosos ni más duraderos, ¡oh!, condesa, éste es un consejo<br />

que nadie podrá nunca decidirme a seguir. ¡Jamás! Llevaos el estuche, querida,<br />

lleváoslo.<br />

—Pero pensad, señora, en el alboroto que armarán estos joyeros, al menos por cortesía y<br />

para compadeceros. Vuestra negativa será tan comprometedora como vuestra<br />

conformidad. Todo el mundo sabrá que habéis tenido los diamantes en vuestro poder.

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