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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Una botella de vino? Explicaos; el asunto empieza a interesarme.<br />

—Se trata de lo siguiente, monseñor: Su Majestad el rey de Suecia... Perdón, he querido<br />

decir Su Excelencia el conde de Haga..., sólo bebe vino de Tokay.<br />

—Y ¿qué? ¿Estoy tan mal provisto como para no tener Tokay en mi bodega? En ese<br />

caso habrá que despedir a mi bodeguero.<br />

—No, monseñor. Aún quedan cerca de sesenta botellas.<br />

—Y ¿creéis que el conde de Haga beberá sesenta botellas de vino en la comida?<br />

—Paciencia, monseñor; cuando el señor conde de Haga vino a Francia por primera vez,<br />

sólo era príncipe real; entonces comió con el ahora difunto rey, que había recibido doce<br />

botellas de Tokay de Su Majestad el emperador de Austria. El primer Tokay se reserva<br />

para las bodegas de los emperadores, y los mismos soberanos únicamente lo beben<br />

cuando Su Majestad el Emperador tiene a bien enviárselo.<br />

—Lo sé.<br />

—Monseñor, de esas doce botellas que el príncipe real probó y encontró admirables<br />

sólo quedan dos. Una de ellas está todavía en la bodega del rey Luis XVI; la otra...<br />

—Ah...<br />

—Sí. A eso es a lo que íbamos —dijo el maestresala, con una sonrisa triunfante,<br />

dándose cuenta de que, después de la larga lucha que acababa de sostener, el momento<br />

de la victoria se acercaba—. La otra... ¡fue robada!<br />

—¿Por quién?<br />

—Por uno de mis amigos, monseñor. El bodeguero del difunto rey, que me debía<br />

muchos favores.<br />

—Y él os la dio...<br />

—En efecto, monseñor —dijo el maestresala, con orgullo.<br />

—Y ¿qué hicisteis con ella?<br />

—La deposité con sumo cuidado en la bodega de mi amo, monseñor.<br />

—¿De vuestro amo? Y ¿quién era en aquel tiempo vuestro amo?<br />

—El cardenal príncipe de Rohan, monseñor.<br />

—Dios mío, ¿en Estrasburgo?<br />

—En Saverna.<br />

—¿Y habéis enviado a buscar esa botella para mí? —exclamó el viejo mariscal.<br />

—Para vos, monseñor —respondió el maestresala, con un tono que se podía traducir por<br />

«ingrato».<br />

El duque de Richelieu cogió la mano del viejo servidor, exclamando:<br />

—Os pido perdón. Sois el rey de los maestresalas.<br />

—Y vos me echabais —respondió éste, con un indefinible movimiento de cabeza y<br />

hombros.<br />

—Os pago por esa botella cien pistolas.<br />

—Que, con las cien pistolas que costarán al señor mariscal los gastos del viaje, sumarán<br />

doscientas. Pero monseñor estará de acuerdo conmigo en que es barato.<br />

—Estaré de acuerdo con vos en todo lo que queráis, y desde hoy os doblo vuestros<br />

honorarios.<br />

—Monseñor, no he hecho nada para merecerlo; únicamente he cumplido con mi deber.<br />

—Entonces, ¿cuándo llegará vuestro correo de cien pistolas?<br />

—Monseñor juzgará si he perdido el tiempo: ¿qué día me encargó monseñor la comida?<br />

—Hoy hace tres días, creo.<br />

—El correo necesita veinticuatro horas para ir y otras tantas para volver.<br />

—Aún os quedan veinticuatro. ¿Qué habéis hecho con ellas, príncipe de los<br />

maestresalas?

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