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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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le habían llevado a despreciar a la reina de Francia, a esa reina a la que él amaba y que<br />

no era culpable!<br />

El efecto que tal aparición produjo en el señor de Rohan, sería en nuestra opinión la<br />

escena más dramática e importante de este asunto, y nos holgaríamos de bosquejarla si,<br />

acercándonos a la Historia, no cayésemos en el fango, la sangre y el horror.<br />

Cuando el señor de Rohan vio a Olive, esta reina de callejuelas y cuando se acordó de la<br />

rosa, de la mano estrechada y de los baños de Apolo, palideció. Hubiera vertido toda su<br />

sangre a los pies de María Antonieta si la hubiera visto al lado de la otra en aquel<br />

momento. ¡Cuántas disculpas y remordimientos surgieron de su alma para con sus<br />

lágrimas purificar el último peldaño de aquel trono en el que cierto día había hecho<br />

patente su desprecio al ver desdeñado su amor!<br />

Pero hasta ese consuelo le estaba prohibido. No podía aceptar la identidad de Olive sin<br />

confesar que amaba a la verdadera reina, porque la confesión de su error suponía una<br />

acusación, una mancha. Dejó que Juana lo negase todo y guardó silencio.<br />

Cuando el señor de Breteuil quiso con el señor de Crosne forzar a Juana a que se<br />

explicase con más detalles, dijo ella:<br />

—El mejor medio de probar que la reina no se ha paseado por el parque durante la<br />

noche, es mostrar a una mujer que se parece a la reina y a la que se pretende haber visto<br />

en el parque. Presentándola, es suficiente.<br />

La infame insinuación tuvo éxito. Oscureció de nuevo la verdad.<br />

Pero como Olive, en su ingenua inquietud, daba todos los detalles y todas las pruebas,<br />

como no omitía nada, como era más creída que la condesa, Juana acudió a un medio<br />

desesperado: confesó.<br />

Confesó que había acompañado al cardenal a Versalles; que Su Excelencia quería a todo<br />

precio ver a la reina, ofrecerle la seguridad de su respetuoso afecto; confesó porque<br />

advirtió que perdería el apoyo de todo un partido si se empeñaba en la negativa; confesó<br />

porque sin acusar a la reina, convertía en auxiliares suyos a todos los enemigos de la<br />

reina, que eran numerosos.<br />

Entonces, por décima vez en este infernal proceso, los papeles se cambiaron: el cardenal<br />

apareció como víctima de un engaño, Olive como una prostituta sin sentimiento ni<br />

poesía y Juana como una intrigante, que era el mejor papel que podía elegir.<br />

Pero como para hacer triunfar el innoble plan era necesario que la reina desempeñase<br />

también un papel, se le asignó el más odioso y abyecto, el más comprometedor para la<br />

dignidad real, el de una coqueta aturdida, el de una modistilla que se dedica a la<br />

mistificación. María Antonieta quedó convertida en Dorimena conspirando con Frosina<br />

contra el cardenal Jourdain.<br />

Juana declaró que estos paseos se hacían de acuerdo con María Antonieta que, oculta<br />

tras un seto, escuchaba hasta desternillarse de risa los discursos apasionados del<br />

enamorado señor de Rohan.<br />

Esta fue la última trinchera escogida por esta ladrona que no sabía dónde esconder su<br />

robo; fue el manto real formado por el honor de María Teresa y María Leckzinska.<br />

La reina sucumbió ante esta última acusación cuya falsedad no podía probar. No podía<br />

hacerlo porque Juana declaró que, en último extremo, publicaría todas las cartas<br />

amorosas escritas por el señor de Rohan a la reina y que poseía cartas ardientes, de una<br />

pasión insensata.<br />

No podía porque la señorita Olive, que afirmaba haber sido inducida por Juana a<br />

dirigirse al parque de Versalles, no podía decir si hubo o no alguien escuchando tras los<br />

setos.<br />

En fin, la reina no podía demostrar su inocencia, porque había muchas personas que<br />

tenían interés en considerar como verdaderas estas mentiras infames.

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