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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Lo único gracioso de la cuestión era lo relativo a la pequeña Olive— dijo<br />

Cagliostro—; pero puesto que sabéis todo lo de la señora de la Motte, no tengo nada que<br />

enseñaros. .<br />

Al oír el nombre de Olive, el señor de Crosne se estremeció.<br />

—¿Qué habláis de Olive?— preguntó—. ¿Quién es Olive?<br />

—¿No lo sabéis? ¡Ahí caballero, es una curiosidad que me sorprendería mucho tener<br />

que contárosla. Imaginaos una joven muy bonita, un talle..., ojos azules, rostro de óvalo<br />

perfecto; una belleza, en fin, que recuerda un poco a la de Su Majestad la reina.<br />

—¡Ah!— dijo el señor de Crosne—. ¿Y bien?<br />

—Y bien: esta joven vivía mal, lo que me apenaba; en otro tiempo había sido sirvienta<br />

de un viejo amigo mío, el señor de Taverney....<br />

—¿El barón que falleció hace unos días?<br />

—Precisamente. Ella había pertenecido a un sabio, a quien no conocéis, señor jefe de<br />

policía, y que... Pero veo que voy por otro lado y os empiezo a molestar.<br />

—Al contrario, caballero, os ruego que continuéis. ¿Decíais que esta... Olive?...<br />

—Vivía mal. Sufría casi miseria, con cierto pícaro que era su querido, su amante para<br />

robarle y pegarle, uno de los bribones más conocidos de vuestros agentes, un ladrón del<br />

que posiblemente no habéis oído hablar...<br />

—¿Cierto Beausire, tal vez?—dijo el magistrado, feliz por parecer bien informado.<br />

—¡Ah, le conocéis! ¡Es sorprendente!— comentó Cagliostro con admiración—. Muy<br />

bien, caballero, sois pues, más adivino que yo. Un día en que este Beausire había robado<br />

y golpeado a la joven más que de ordinario, ella vino a refugiarse a mi lado y a pedirme<br />

protección. Como soy bueno, le concedí el derecho a esconderse en no sé qué rincón del<br />

pabellón de uno de mis palacios...<br />

—¡En vuestra casa!...— exclamó el magistrado sorprendido.<br />

—Naturalmente— replicó Cagliostro fingiendo asombrarse a su vez—. ¿Por qué no<br />

podía yo darle refugio en mi casa, siendo soltero?<br />

Y se puso a reír con tan sabia desenvoltura, que el señor de Crosne cayó en la trampa.<br />

—¡En vuestra casa!— dijo—. ¡Por eso mis agentes hubieron de buscar tanto para<br />

encontrarla!<br />

—¡Cómo!—. sorprendióse Cagliostro—. ¿Se buscaba a esa pequeña? ¿Acaso había<br />

hecho algo que yo no supiese?...<br />

—No, no, caballero; os requiero para que prosigáis.<br />

—¡Oh Dios mío! Ya he acabado. La alojaba en mi casa. Esto es todo.<br />

—No, no, señor conde, esto no es todo, puesto que vos parecíais asociar hace poco el<br />

nombre de Olive al de la señora de La Motte.<br />

—Cierto. Con motivo de la vecindad— dijo Cagliostro.<br />

—Y de algo más, señor conde... ¿No me habíais dicho que la señora de La Motte y la<br />

señorita Olive eran vecinas?<br />

—Esta es otra cosa que no vale la pena contar. No es lógico importunar al primer<br />

magistrado del reino con el relato de estas puerilidades de rentista ocioso.<br />

—Me interesáis, caballero, porque esta Olive que decís haber alojado en vuestra casa, la<br />

he hallado en provincias.<br />

—¡La habéis hallado!...<br />

—Junto con el señor de Beausire...<br />

—¡Ah! ¡Ya lo suponía!— exclamó Cagliostro—. ¿Estaba con Beausire? ¡Muy bien!<br />

Debo entonces una reparación a la señora de La Motte.<br />

—¿Qué queréis decir?<br />

—Digo, caballero, que después de haber sospechado por un momento de la señora de La<br />

Motte, declaro haberme equivocado totalmente.

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