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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Y que nosotros tres tenemos las ciento ocho mil libras, pues todos creen que Boehmer<br />

y Bossange se las han llevado.<br />

—Justo —dijo alborozado el comendador—. ¡Es verdad!<br />

—Unas treinta y tres mil trescientas treinta y tres libras cada uno —dijo el portugués.<br />

—¡Más, más! —exclamó el comendador—. Hay una fracción de ocho mil libras.<br />

—Es verdad —confirmó Beausire—. ¿Aceptáis?<br />

—¿Que si acepto? —dijo el ayuda de cámara frotándose las manos—. Ya lo creo. Esto<br />

es hablar bien.<br />

—Esto es hablar como un granuja —replicó Beausire—. Cuando yo decía que vos no<br />

sois más que un bribón... Embajador, vos que sois robusto, cogedme a este tipo y<br />

entreguémoslo a nuestros asociados, diciéndoles lo que pretendía.<br />

—Por favor, por favor —suplicó el incauto—. Yo bromeaba.<br />

—Pronto —continuó Beausire—. Encerrémosle en la cámara negra, hasta que<br />

decidamos la justicia que merece.<br />

— ¡Por favor! —seguía suplicando el comendador.<br />

—Evitad —dijo Beausire al portugués mientras encerraba al pérfido comendador—,<br />

tened cuidado de que Ducorneau nos oiga.<br />

—Si no me dejáis —dijo el comendador—, os denunciaré a todos.<br />

—Y yo te estrangularé —replicó encolerizado monsieur de Souza, empujando al ayuda<br />

de cámara al gabinete vecino—. Traedme a monsieur Ducorneau —dijo al oído de<br />

Beausire.<br />

Este no se hizo rogar. Pasó rápidamente al gabinete contiguo del embajador mientras el<br />

jefe encerraba al comendador desleal.<br />

Pasó un minuto y Beausire no volvía. Y entonces el embajador tuvo una idea: se había<br />

quedado solo, y la caja fuerte estaba a diez pasos; para abrirla y coger las ciento ocho<br />

mil libras en billetes, descolgarse por una ventana y cruzar el jardín, un ladrón que<br />

merezca ese título no necesita más de dos minutos.<br />

El portugués calculó que Beausire, para traer a Ducorneau, perdería por lo menos cinco<br />

minutos. En el acto fue a la puerta de la cámara donde estaba la caja fuerte, y vio que la<br />

puerta tenía el cerrojo puesto, pero él era fuerte y hábil; habría abierto la puerta de una<br />

ciudad con una llave de reloj.<br />

«Beausire desconfía de mí —pensó— porque yo tengo la llave, y ha corrido el cerrojo;<br />

eso es lógico.»<br />

Con la espada hizo saltar el cerrojo, corrió a la caja y soltó una maldición. La caja era<br />

como una enorme boca vacía. Nada, nada, nada...<br />

Beausire, que tenía una segunda llave, había entrado por la otra puerta apoderándose del<br />

dinero. El portugués corrió como un insensato hasta donde estaba el suizo, al que<br />

encontró cantando.<br />

Beausire le llevaba cinco minutos de ventaja.<br />

Cuando el portugués, con sus gritos y sus juramentos, hubo puesto al corriente a todos<br />

de lo ocurrido, y para apoyarse en un testimonio devolvió al comendador la libertad, no<br />

encontró más que incrédulos enfurecidos.<br />

Se le acusaba de haber urdido la estafa con Beausire, el cual había salido con tiempo,<br />

llevándose la mitad del robo.<br />

Ya no hubo más fingimientos ni más misterios. El honrado Ducorneau no comprendía a<br />

aquellas gentes entre las cuales se veía envuelto.<br />

Estaba a punto de desvanecerse cuando vio que aquellos diplomáticos se disponían a<br />

colgar al embajador, quien ya no podía defenderse.<br />

—¡Colgar a monsieur de Souza! —gritaba el canciller—. Eso es un crimen de lesa<br />

majestad. ¿No comprenden lo que van a hacer?

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