26.01.2019 Views

EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

SHOW MORE
SHOW LESS

You also want an ePaper? Increase the reach of your titles

YUMPU automatically turns print PDFs into web optimized ePapers that Google loves.

culpables, que no se les podía obligar a abandonar París de la noche a la mañana, pues<br />

en su retirada pondrían una lentitud que sería el resultado de su mala voluntad, por una<br />

parte, y de la misma dificultad de los caminos, por otra, con lo cual el deshielo llegaría<br />

antes de que se sacase provecho de esa medida, que implicaría más inconvenientes que<br />

ventajas.<br />

Sin embargo, la piedad del rey, que había vaciado sus cofres, y la misericordia de la<br />

reina, que había agotado sus ahorros, suscitaron el reconocimiento ingenioso del pueblo<br />

que consagró con monumentos, efímeros como el mal y como la bondad, la memoria de<br />

las caridades que Luis XVI y la reina habían vertido sobre los indigentes. Del mismo<br />

modo que en otros tiempos los soldados erigían trofeos al general vencedor con las<br />

armas del enemigo, del cual el general les había librado, los parisienses que sobre el<br />

campo de batalla luchaban contra el invierno, elevaron al rey y a la reina obeliscos de<br />

nieve y de hielo. Cada cual aportó su esfuerzo: la mano de obra daba sus brazos, el<br />

obrero su industria, el artista su talento, y los obeliscos se elevaron elegantes y sólidos<br />

en cada rincón de las principales calles, y el pobre hombre de letras, a quien la bondad<br />

del soberano había ido a buscar en su buhardilla, aportó la ofrenda de una inscripción,<br />

redactada más con el corazón que con la inteligencia.<br />

A fines de marzo, el deshielo había llegado, pero desigual, incompleto, con nuevas<br />

heladas que prolongaban la miseria, el dolor y el hambre de la población parisiense, al<br />

mismo tiempo que conservaban en pie y sólidos los monumentos de nieve.<br />

Jamás la miseria había sido tan grande como en este último período, ya que las<br />

intermitencias de un sol tibio hacían parecer más duras las noches de hielo y escarcha;<br />

las grandes capas de hielo se habían fundido y corrían al Sena, que se desbordaba en<br />

todos los lugares. Pero los primeros días del mes de abril, uno de esos recrudecimientos<br />

de frío de que ya hemos hablado, se manifestó en los obeliscos, a lo largo de los cuales<br />

corría ya ese sudor que presagiaba su muerte; los obeliscos, derretidos a medias, se<br />

solidificaron de nuevo, informes y disminuidos; una bella capa de nieve cubrió los<br />

bulevares y los muelles, y se volvió a ver los trineos con sus trotones.<br />

Pero en las calles, las carrozas y los cabriolés rápidos llegaron a ser el terror de los<br />

peatones, que no los oían venir, y que a menudo, impedidos por las murallas de hielo,<br />

no podían evitarlos; en fin, que con frecuencia calan bajo las ruedas cuando trataban de<br />

huir de ellas.<br />

En pocos días París se llenó de heridos y de moribundos. Aquí una pierna destrozada<br />

por una caída sobre el hielo, allá un pecho hundido por las varas de un cabriolé que,<br />

arrastrado en la rapidez de su carrera, no había podido pararse sobre el hielo. Entonces<br />

la policía comenzó a preocuparse de preservar de las ruedas a aquellos que habían<br />

escapado al frío, al hambre y a las inundaciones.<br />

Se hizo, pues, pagar multas a los ricos que aplastaban a los pobres. Era el tiempo en que<br />

reinaba la aristocracia, y había aristocracia hasta en la manera de conducir los caballos;<br />

un príncipe de sangre real se dejaba arrastrar a rienda suelta y sin gritar «¡cuidado!»; un<br />

duque y un par, un gentilhombre y una cantante de ópera, al galope; un presidente y un<br />

financiero al trote; el pisaverde se portaba en su cabriolé como si estuviera cazando, y el<br />

lacayo, en pie detrás, gritaba «¡paso!» cuando ya el dueño había atropellado o derribado<br />

a un desgraciado transeúnte.<br />

Y después, como decía Mercier, se salvaba quien podía; pero en resumen, con tal de que<br />

los parisienses viesen hermosos trineos con cuello de cisne correr por el bulevar; con tal<br />

de que admirasen dentro de sus pieles de marta o armiño a las bellas damas de la corte,<br />

llevadas como meteoros sobre los surcos brillantes del hielo; mientras las campanillas<br />

doradas, las bridas de púrpura y los penachos de los caballos divirtiesen a los niños que<br />

se encontraban al paso de todas estas bellas cosas, el burgués de París olvidaba la

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!