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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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quedaría asfixiado en los pasillos. Habría ocho puertas para los que quisieran huir, y en<br />

el primer piso habría cinco ventanales tan bajos que hasta los más timoratos podrían<br />

saltar al bulevar sin mayor peligro que el romperse una pierna.<br />

Para reemplazar la bella sala de Moreau y las pinturas de Durameaux, Lenoir había<br />

imaginado un edificio de ochenta y seis pies sobre el bulevar; una fachada con ocho<br />

cariátides adosadas a los pilares, tres puertas de entrada, ocho columnas, un bajorrelieve<br />

sobre los capiteles, un balcón y tres ventanas con archivoltas.<br />

El escenario tendría treinta y seis pies de ancho, y la sala setenta y dos pies de<br />

profundidad y ochenta y cuatro de muro a muro. Los vestíbulos se embellecerían con<br />

espejos y la decoración sería sobria, pero noble.<br />

A lo ancho de la sala, debajo de la orquesta, Lenoir dedicaría un espacio de doce pies<br />

para dos cuerpos de bombas contra incendios, a las que se destinarían veinte guardias.<br />

Para coronar su obra, el arquitecto pedía setenta y cinco días y setenta y cinco noches, ni<br />

una hora más ni una hora menos, asegurando que al siguiente día del plazo fijado se<br />

abrirían las puertas al público, lo que pareció una fantasía que provocó la hilaridad de<br />

todo París, pero el rey hizo cálculos con Lenoir, y se empezaron las obras con la venia<br />

real.<br />

Lenoir pisaba firme, y el edificio quedó terminado en la fecha prometida.<br />

Pero entonces el público, que nunca está satisfecho ni se cree seguro, empezó a propalar<br />

que la sala tenía un armazón previo, que era el único medio de construir de prisa, y que<br />

la celeridad no era una garantía, y por consiguiente la Ópera nueva no era sólida. Este<br />

teatro, por el que se había suspirado tanto, que los curiosos habían visto subir palmo a<br />

palmo; este monumento que todo París había visto crecer día tras día, pensando cada<br />

ciudadano en cuál sería su silla de abono, se encontró en que nadie quiso entrar en él, en<br />

cuanto fue acabado. Los más audaces, los locos, sacaron los billetes para la primera<br />

representación de Adéle de Ponthieu, con música de Puccini, pero al mismo tiempo<br />

hicieron testamento.<br />

El arquitecto, desolado, recurrió al rey, quien le dio una idea.<br />

—Los holgazanes que hay en Francia —dijo Su Majestad— son los que pagan, son los<br />

que quieren daros diez mil libras de renta y dejarse asfixiar en la apretura, pero no<br />

quieren arriesgarse a morir ahogados bajo los techos ante el peligro de que se<br />

desplomen. Dejad esas gentes e invitad a los valientes que no pagan. La reina me ha<br />

dado un Delfín. La ciudad nada en alegría. Haced anunciar que en regocijo por el<br />

nacimiento de mi hijo, la Ópera se abrirá con un espectáculo gratuito, y si dos mil<br />

quinientas personas amontonadas, es decir, un promedio de tres mil cien libras no os<br />

bastan para probar la solidez, pedid a todos estos hombres alegres que se muevan un<br />

poco. Vos sabéis, amigo Lenoir, que el peso se quintuplica cuando cae desde cuatro<br />

pulgadas. Vuestros dos mil quinientos valientes pesarán quinientas mil libras si vos los<br />

hacéis bailar. Dad, pues, un baile después del espectáculo.<br />

—Gracias, Sire —dijo el arquitecto.<br />

—Pero antes reflexionad que será mucho peso.<br />

—Sire, tengo plena confianza en mi obra, y yo iré a ese baile.<br />

—Y yo —repuso el rey— os prometo que asistiré a la segunda representación.<br />

El arquitecto siguió el consejo del rey. Se representó Adela de Ponthieu ante tres mil<br />

plebeyos que aplaudieron más que sus reyes. Estos plebeyos aceptaron de buen grado<br />

bailar después del espectáculo, y se divirtieron a sus anchas, y dieron un peso diez veces<br />

mayor en lugar de cinco, y no tembló ni una lámpara, ni un atril.<br />

Si se hubiere temido alguna desgracia, habría tenido que ocurrir en las representaciones<br />

siguientes, cuando los nobles invadieron la sala, y no pasó nada, para la gloria de

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