26.01.2019 Views

EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

SHOW MORE
SHOW LESS

Create successful ePaper yourself

Turn your PDF publications into a flip-book with our unique Google optimized e-Paper software.

Cuando Charny volvió a su casa, abatido por semejante desventura, no halló fuerzas<br />

para hacer frente al nuevo golpe que le hería.<br />

Dijérase que la Providencia le había llevado a Versalles, y proporcionado el precioso<br />

escondrijo para excitar sus celos y ponerle sobre las huellas de un crimen cometido por<br />

la reina despreciando la probidad conyugal, la dignidad real y la fidelidad amorosa.<br />

No cabía duda qué el hombre así recibido por la soberana era un nuevo amante. Charny,<br />

en la fiebre de la noche, en el delirio de su desesperación, procuró en vano convencerse<br />

de que se trataba de un embajador y que la rosa era una prenda de convención secreta,<br />

destinada a reemplazar una carta que sería harto comprometedora. Nada pudo vencer la<br />

sospecha. No le quedaba sino examinar su propia conducta y preguntarse por qué ante<br />

semejante desgracia había quedado en situación completamente pasiva.<br />

En las más violentas crisis de la vida, la acción surge momentáneamente del fondo de la<br />

naturaleza humana y el instinto que da el impulso, no es otra cosa, en los hombres de<br />

complexión bien organizada, que una combinación del hábito y de la reflexión llevados<br />

hasta el más alto grado de rapidez y oportunidad. Si Charny no había obrado, no era<br />

porque los asuntos de la soberana no le importasen, sino porque, mostrando su<br />

curiosidad, ponía de relieve su amor, porque comprometiendo a la reina se traicionaba y<br />

porque era una mala postura la del que intenta convencer de su traición a los traidores<br />

con una traición.<br />

Si no había obrado era porque, para abordar a un hombre honrado con la confianza real,<br />

hubiese sido preciso provocar una querella odiosa, de mal gusto, en una especie de<br />

emboscada que la reina no hubiese perdonado nunca.<br />

En fin, la palabra monseñor, pronunciada por la complaciente compañera, era como la<br />

advertencia saludable, aunque un tanto tardía, que había salvado a Charny abriéndole<br />

los ojos en el momento álgido de su furor. ¿Qué hubiese ocurrido, si estando espada en<br />

mano, hubiese oído llamar monseñor a aquel hombre? ¿Y qué gravedad no tenía su<br />

desacato recayendo en tan elevado personaje? Tales fueron los pensamientos que<br />

absorbieron a Charny durante toda la noche y la primera mitad del siguiente día. Una<br />

vez que dieron las doce, la víspera ya no contaba para él. No le quedaba sino la espera<br />

febril, devoradora, de la noche, durante la cual se iban tal vez a producir otras<br />

revelaciones.<br />

Con parecida ansiedad, el pobre Charny colocóse en aquella ventana, convertida en su<br />

única morada, en cuadro infranqueable de su vida. Al verle bajo aquellos pámpanos, tras<br />

los agujeros hechos en los postigos por temor de que se supiese que la casa estaba<br />

habitada, al verle en aquel cuadrilátero de roble y follaje, se hubiera dicho que era uno<br />

de esos viejos retratos ocultos tras las cortinas que atraen hacia los abuelos, en las<br />

antiguas casas solariegas, la piadosa solicitud de las familias.<br />

Llegó la noche aportando a nuestro ardiente espía sombríos deseos y locos<br />

pensamientos.<br />

Los ruidos ordinarios le parecían tener una significación nueva. Divisó a lo lejos a la<br />

reina, que atravesaba la escalinata con algunas antorchas que llevaban ante ella. La<br />

actitud de la reina le pareció pensativa, incierta, como si llevara en sí la agitación de la<br />

noche.<br />

Poco a poco se fueron extinguiendo todas las luces del servicio; el parque se llenó de<br />

silencio y de frescura. Dijérase que los árboles, que durante el día consumen sus<br />

energías causando satisfacción a los paseantes, reparaban sus fuerzas durante la noche,<br />

cuando nadie les ve ni les toca, almacenando de nuevo su frescura, su perfume y su<br />

flexibilidad.<br />

Es que, en efecto, las plantas y los árboles duermen como nosotros.<br />

Charny recordaba muy bien la hora de la cita de la reina. Daba la medianoche.

Hooray! Your file is uploaded and ready to be published.

Saved successfully!

Ooh no, something went wrong!