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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Es preciso que yo os hable de él, puesto que vos no lo hacéis.<br />

—¿Sabéis por qué yo no hablo de él, condesa?<br />

—¿Por qué?<br />

—Porque él hablará siempre bastante de sí mismo; los maridos no se olvidan jamás,<br />

creedme.<br />

—¿Y si él habla de sí mismo?<br />

—Entonces se hablará de vos, entonces se hablará de nosotros.<br />

—¿Cómo es posible?<br />

—Se dirá, por ejemplo, que el conde de la Motte ha encontrado bien, o ha encontrado<br />

mal, que el cardenal de Rohan visite tres, cuatro o cinco veces por semana a la condesa<br />

de la Motte, en la calle de Saint-Claude.<br />

—Pero vos no diréis tanto, señor cardenal. ¿Tres, cuatro, cinco veces por semana?<br />

—¿Dónde estaría la amistad entonces, condesa? Yo he dicho cinco veces, y me he<br />

equivocado. Serán seis o siete, las que haga falta, sin contar los días bisiestos.<br />

Juana se echó a reír.<br />

El cardenal notó que por primera vez hacía honor a sus bromas, y se sintió halagado.<br />

—¿Impediréis vos que no se hable? ¿Sabéis que es imposible?<br />

—Sí.<br />

—¿Y cómo?<br />

—De un modo muy simple; con derecho o sin él, el pueblo de París me conoce.<br />

—Cierto, tenéis razón, monseñor.<br />

—Pero vos tenéis la desgracia de que no se os conozca.<br />

—Justo.<br />

—Soslayemos la cuestión.<br />

—Soslayada; es decir...<br />

—Si vos queréis..., si, por ejemplo... .<br />

—Acabad.<br />

—¿Y si vos salís, en lugar de hacerme salir a mí?<br />

—¿Que yo vaya a vuestro palacio, monseñor?<br />

—Vois iríais a casa de un ministro.<br />

—Un ministro no es un hombre, monseñor.<br />

—Sois adorable. No se trata de un palacio; tengo una casa...<br />

—Un nido, digamos la palabra justa.<br />

—No, una casa de vuestra propiedad.<br />

—¿Una casa que me pertenece? ¿Dónde? Yo no sabía que tuviera una casa.<br />

El cardenal se levantó a la vez que decía:<br />

—Mañana, a las diez recibiréis su dirección.<br />

La condesa enrojeció, y el cardenal le tomó galantemente la mano. Y esta vez el beso<br />

fue respetuoso y a la vez tierno y audaz.<br />

Entonces se saludaron con esa especie de ceremoniosidad risueña que indica una<br />

próxima intimidad.<br />

—Alumbrad a monseñor, ama Clotilde.<br />

La vieja apareció con una luz en la mano, precediendo al prelado.<br />

«Creo, pues todo lo afirma —se dijo Juana— que hoy he dado un gran paso en el<br />

mundo.»<br />

«Vamos, vamos... —pensó el cardenal mientras subía a su carroza—. Hoy he hecho un<br />

doble negocio. Esta mujer tiene demasiado espíritu para no conquistar a la reina cuando<br />

me ha conquistado a mí.»<br />

XVI

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