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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Entre nosotros, señor secretario, os diré que De Crosne no es un magistrado de la talla<br />

de monsieur de Sartines. ¿Conocisteis a De Sartines?<br />

—No.<br />

—Ese ya os habría adivinado diez veces. Claro que vos tomáis unas precauciones... —<br />

pero se interrumpió al oír la campanilla.<br />

—El señor embajador llama —dijo precipitadamente Beausire, a quien la conversación<br />

comenzaba a fastidiar.<br />

Y abriendo la puerta rápidamente, rechazó a dos de los socios, los cuales, uno con la<br />

pluma en la oreja y otro con la escoba en la mano, un servidor de cuarto orden y el otro<br />

lacayo, encontraban la conversación demasiado larga, y querían participar, o por lo<br />

menos oírla.<br />

Beausire entendió que había algo sospechoso, y se prometió doblar la vigilancia. Subió<br />

a la cámara del embajador, después de estrechar con disimulo la mano de sus dos<br />

amigos y compinches.<br />

XLIII<br />

DON<strong>DE</strong> DUCORNEAU NO COMPREN<strong>DE</strong> NADA <strong>DE</strong> LO QUE PASA<br />

Don Manoel, De Souza para el caso, estaba menos amarillo que de costumbre, es decir,<br />

estaba más colorado. Acababa de tener con el señor comendador, su ayuda de cámara,<br />

una penosa explicación, y no había terminado todavía. Cuando llegó Beausire, los dos<br />

gallos se arrancaban las últimas plumas.<br />

—Veamos, monsieur Beausire —dijo el comendador—, ponednos de acuerdo.<br />

—¿En qué? —preguntó el secretario, adoptando una actitud de arbitro después de<br />

cambiar una mirada con el embajador, su aliado natural.<br />

—Vos sabéis —dijo el ayuda de cámara— que Boehmer debe venir hoy a concluir el<br />

asunto del collar.<br />

—Lo sé.<br />

—Y que debe contar con sus cien mil libras.<br />

—También lo sé.<br />

—Estas cien mil libras son propiedad de la asociación, ¿no es así?<br />

—¿Quién lo duda?<br />

—Beausire me da la razón —dijo el comendador, volviéndose hacia el embajador.<br />

—Esperemos, esperemos —dijo el portugués, con un ademán apaciguador.<br />

—Yo no doy la razón más que sobre este punto —dijo Beausire—: Que las cien mil<br />

libras pertenecen a los asociados.<br />

—Justo; yo no pido más.<br />

—Entonces, la caja fuerte no debe estar en la única oficina que está contigua a la<br />

cámara del señor embajador.<br />

—¿Por qué? —dijo Beausire.<br />

—Y el señor embajador —prosiguió el comendador— debe darnos a cada uno una llave<br />

de la caja.<br />

—No —dijo el portugués.<br />

—¿Vuestras razones?<br />

—Sí, vuestras razones —pidió Beausire.<br />

—Si se desconfía de mí —dijo el portugués acariciándose la barba—, ¿por qué no he de<br />

desconfiar yo de los demás? Me parece que si puedo ser sospechoso de robar a la<br />

asociación, puedo sospechar que la asociación quiera robarme.<br />

—De acuerdo —dijo el ayuda de cámara—, pero justamente por eso tenemos iguales<br />

derechos.

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