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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—Permitidme que os haga los mismos cumplidos y que agregue mi mayor deseo de que<br />

el negocio que os ha traído concluya a vuestra conveniencia.<br />

Y los dos hombres se saludaron con una sonrisa y una cortesía que demostraba que las<br />

palabras que se acababan de dedicar respondían a mera cortesía.<br />

Al separarse, se volvieron la espalda, pues Felipe subió hacia los bulevares y De Charny<br />

bajó por el lado del río.<br />

Los dos se volvieron dos o tres veces, hasta que se perdieron de vista. Y entonces De<br />

Charny, que, como ya hemos dicho, se había dirigido hacia el lado del río, entró en la<br />

calle Beaurepaire, después en la de Renarol, y luego en la del Gran Burlador, y de aquí a<br />

la de Jean-Robert, a la de Gravilliers, a la Pastourelle, a la de Anjou, Perche, Culture,<br />

Sainte-Catherine, Saint-Anastase y Saint-Louis, y desde la calle Saint-Louis hacia la<br />

calle Neuve-Saint-Gilles. Pero a medida que se acercaba, su mirada se fijaba en un<br />

hombre joven que subía por la calle de Saint-Louis y al que creyó reconocer. Dos o tres<br />

veces se detuvo, dudando, pera muy pronto la duda desapareció. El que subía era Felipe,<br />

precisamente Felipe, quien había tomado la calle Mauconseil, la de Ours, la del Grenier,<br />

Saint-Lazare, Michel-Le Comte, la de Vieilles Audriettes, la del Homme Armé, y la de<br />

Rosiers; había pasado por delante del palacio de Lamoignon, y desembocó en la calle de<br />

Saint-Louis por la esquina de la calle de L'Egout y Sainte-Catherine.<br />

Los dos jóvenes se encontraron en la entrada de la calle Neuve-Saint-Gilles, y se<br />

detuvieron y se miraron sin tomarse la molestia de disimular sus pensamientos. Como<br />

antes, cada uno había tenido la misma idea: pedirle información al conde de Cagliostro.<br />

Al llegar allí, ni el uno ni el otro podía dudar del proyecto del que tenía delante.<br />

—Monsieur de Charny —dijo Felipe—, yo os dejé al vendedor; podíais haberme dejado<br />

vos al comprador. Os permití darle varios bastonazos; dejadme usar la espada.<br />

—Monsieur —respondió De Charny—, habéis tenido conmigo esta cortesía porque yo<br />

llegué antes que vos, y no por otra razón.<br />

—Sí, pero ahora —dijo De Taverney— llego aquí a la vez que vos, y por eso os digo<br />

que no os haré concesiones.<br />

—¿Y quién os dice que yo las pida, monsieur? Defenderé mi derecho; eso es todo.<br />

—¿Y cuál es vuestro derecho, monsieur de Charny?<br />

—Hacer que monsieur de Cagliostro queme los mil ejemplares que compró a ese<br />

miserable.<br />

—¿Os acordaréis, monsieur, de que soy yo quien primero tuvo la idea de hacerlos<br />

quemar en la calle Montorgueil?<br />

—Muy bien, de acuerdo; si vos los hicisteis quemar en la calle Montorgueil, yo los haré<br />

romper en la calle Neuve-Saint-Gilles.<br />

—Monsieur, empiezo a desesperarme a fuerza de deciros con la mayor seriedad que<br />

deseo ser el primero que se acerque al conde de Cagliostro.<br />

—Todo lo que puedo hacer por vos, monsieur, es remitirme a la suerte; arrojaré un luis<br />

al aire. Quien gane de los dos, tendrá la prioridad.<br />

—Monsieur, yo, por lo general, tengo poca suerte y es posible que pierda.<br />

Felipe dio un paso hacia delante, y De Charny le detuvo.<br />

—Monsieur —dijo—, sólo una palabra y creo que nos entenderemos.<br />

Felipe se volvió rápidamente. Había en la voz de De Charny un acento de amenaza que<br />

le gustaba.<br />

—Sea.<br />

—Si para ir a pedir una satisfacción al conde de Cagliostro pasamos por el Bois de<br />

Boulogne, tardaremos más, pero creo que eso terminará con nuestras diferencias. Uno<br />

de los dos se quedará probablemente en el camino y el que quede en pie no tendrá<br />

necesidad de rendir cuentas a nadie.

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