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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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en un rincón de su jardín un pequeño Trianón para muñecas y un riachuelo para patitos<br />

y pececitos.<br />

Sin embargo, en el momento en que nosotros le encontramos, se calentaba al sol en la<br />

única avenida que quedaba del Gran Siglo: la avenida de los estilos. Andaba muy<br />

despacio, las manos abrigadas, y cada cinco minutos los criados le acercaban el sillón<br />

para que descansase. Mientras el anciano saboreaba este reposo y se recreaba bajo un<br />

tibio sol, se le acercó un criado anunciándole:<br />

—El caballero de Taverney.<br />

—Mi hijo —dijo el anciano con alborozo, y al volverse y ver a Felipe, exclamó—: Mi<br />

querido Felipe. Llegas en el momento más oportuno; planeo una serie de alegres<br />

proyectos. Pero..., ¿qué cara es ésa? ¿Estás enfadado?<br />

—No, monsieur.<br />

—¿Sabes ya el resultado del asunto?<br />

—¿Qué asunto?<br />

El vejete se volvió para asegurarse de que nadie escuchaba.<br />

—Podéis hablar, monsieur; nadie nos oye.<br />

—Me refiero al asunto del baile.<br />

—Aún comprendo menos.<br />

—Del baile de la Ópera.<br />

Felipe enrojeció, hecho que notó el anciano.<br />

—¡Qué imprudente eres! Haces como los marinos torpes: cuando tienen viento<br />

favorable, inflan todas las velas. Vamos, siéntate en ese banco y escucha mi sermón;<br />

tengo algo bueno que decirte.<br />

—Monsieur, yo...<br />

—Tú estás abusando, sin que te detenga nada, tú, tan tímido a veces, tan delicado, tan<br />

reservado. En estos momentos la comprometes.<br />

—¿De qué queréis hablarme, monsieur? —le preguntó Felipe, riendo.<br />

—De «ella», diablos; de «ella».<br />

—¿Quién es ella?<br />

—¿Crees que ignoro tu escapada, vuestra escapada al baile de la Ópera?<br />

—Monsieur, yo os juro...<br />

—No te enfades, pues lo que te digo es por tu bien; tú no has tomado ninguna<br />

precaución, y no sabes que se te ha visto con ella en el baile, y te verán en otro sitio<br />

cualquiera...<br />

—¿Que se me ha visto?<br />

—¿Lo preguntas? ¿Tienes o no tienes un dominó azul?<br />

Felipe iba a replicar que no tenía ningún dominó azul, y que le habían confundido, que<br />

no había ido al baile, que no sabía de qué baile le hablaba, pero repugna a ciertos<br />

corazones defenderse en circunstancias delicadas, y sólo se defienden con bravura<br />

cuando saben que se les ama, aunque también saben que defendiéndose rinden un<br />

servicio al que les acusa.<br />

«¿Pero para qué —pensó Felipe— dar explicaciones a mi padre? Por otra parte quiero<br />

enterarme de lo que sucede.»<br />

Y bajó la cabeza como un culpable que confiesa.<br />

—Ahora te das cuenta —volvió a decir el viejo con acento de triunfo—. Tenía la<br />

seguridad de que lo reconocerías. Acaso sabías que monsieur de Richelieu, que te<br />

aprecia mucho y que estaba en ese baile a pesar de sus ochenta y cuatro años, se<br />

preguntó quién podría ser el del dominó azul a quien la reina le daba el brazo, y no vio<br />

de quién sospechar sino de ti, porque reconoció a todos los demás, y tú ya sabes que el<br />

duque conoce a todo el mundo.

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