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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Y si destrozan el coche?<br />

—¡Que lo destrocen! ¿Qué te importa? Salva a «Pelus», si puedes, y, sobre todo, sálvate<br />

tú. Es lo único que te recomiendo.<br />

—Bien, madame.<br />

En el mismo instante azuzó al irritable corcel, que rompió el cerco y avanzó por el<br />

centro del patio, arrastrando a los que se habían cogido a las bridas y a los costados. En<br />

este momento creció el terror y la confusión.<br />

—Vuestro brazo, monsieur —dijo entonces la dama al oficial—. Venid, pequeña —<br />

agregó, dirigiéndose a Andrea.<br />

—Vamos, vamos, mujer valerosa —dijo en voz baja el oficial, que dio con admiración<br />

su brazo a la que se lo pedía.<br />

Sólo tardó unos minutos en conducir a las dos mujeres a la plaza vecina, donde varios<br />

coches de alquiler esperaban clientes, mientras los cocheros dormían en sus asientos y<br />

los caballos, con los ojos a medio cerrar y la cabeza baja, esperaban el humilde pienso<br />

de la noche.<br />

V<br />

CAMINO <strong>DE</strong> VERSALLES<br />

Las dos damas estaban libres de la posible agresión, pero aún era de temer que algunos<br />

curiosos, habiéndolas seguido, diesen lugar a una escena parecida a la que acababa de<br />

ocurrir y de la que esta vez posiblemente no escaparían con tan buena fortuna.<br />

El joven oficial comprendió esta alternativa. Se pudo advertir en la actividad que<br />

inmediatamente desplegó, despertando al cochero, más helado que dormido.<br />

Hacía un frío tan horrible que, contrariamente al hábito de los cocheros que tratan<br />

siempre de robarse los clientes los unos a los otros, ninguno de ellos abrió la boca, ni<br />

siquiera aquel al que se dirigían.<br />

El oficial cogió al cochero por el cuello de su raído abrigo y le sacudió tan rudamente<br />

que lo despertó en el acto.<br />

—¡Eh! —le gritó el joven al oído, al ver que daba señales de vida.<br />

—¡Listo, señor, listo! —dijo el cochero, despertando y vacilando en el asiento como un<br />

borracho.<br />

—¿Adonde vamos, señoras? —preguntó el oficial, siempre en alemán.<br />

—A Versalles —repuso la mayor de las dos.<br />

—¿A Versalles? —gritó el cochero—. ¿Habéis dicho a Versalles?<br />

—Sí.<br />

—¡A Versalles! Cuatro leguas y media sobre el hielo.<br />

—Se os pagará bien.<br />

—Se os pagará bien —repitió en francés el oficial al cochero.<br />

—¿Cuánto? —quiso saber éste desde lo alto de su asiento, porque no parecía tener<br />

mucha confianza—. Eso no es todo. Ved, mi teniente, que hay que ir a Versalles, y<br />

luego hay que volver.<br />

—¿Un luis es bastante? —dijo la más joven de las damas al oficial, en alemán.<br />

—Te ofrece un luis —indicó el joven.<br />

—¿Un luis? —repitió el cochero—. Es muy justo, porque yo arriesgo romper las patas<br />

de mis caballos.<br />

—¡Es divertido! ¡Tú no tienes derecho más que a tres libras por ir de aquí al castillo de<br />

la Muette, que está a mitad de camino! Ya ves que se ha calculado bien y que se te<br />

pagará la ida y la vuelta. No tienes derecho más que a doce libras, y en lugar de eso, vas<br />

a cobrar veinticuatro.

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