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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Le pareció que eran de aprobación también, pero más apagados.<br />

En seguida los transeúntes se hicieron más numerosos en el muelle, como si los grupos<br />

de la plaza se disolviesen para reunirse allí.<br />

—¡Gran día para el cardenal!— dijo un pasante de procurador.<br />

—¡Para el cardenal!— repitió Juana—. Hay, pues, noticia de que el cardenal ha sido<br />

absuelto.<br />

Entró de nuevo precipitadamente en la sala, agitada, inquieta.<br />

—Señora, señora— preguntó a la mujer de Hubert—, oigo decir: "¡Qué gran día para el<br />

cardenal!" ¿Cómo se explica?<br />

—No lo sé— replicó la conserje.<br />

Juana la miró de frente.<br />

—Preguntádselo a vuestro marido, os lo ruego— añadió.<br />

La conserje obedeció por complacerla y Hubert contestó desde afuera:<br />

—¡No lo sé!<br />

Juana, impaciente, insistió:<br />

—¿Qué querían decir los transeúntes entonces? ¿Acaso no se equivoca uno con esta<br />

clase de oráculos? Seguro que hablaban del proceso.<br />

—Tal vez— dijo el caritativo Hubert— querían decir que si el señor de Rohan fuese<br />

absuelto sería un gran día para él.<br />

—¿Creéis que será absuelto?— exclamó Juana crispando los dedos.<br />

—Podría ocurrir.<br />

—¿Entonces, yo?<br />

—¡Oh, señora..., vos como él! ¿Por qué no vos?<br />

—¡Extraña hipótesis!— murmuró Juana.<br />

Y volvió hacia los cristales.<br />

—Me parece que hacéis mal, señora— le dijo el conserje—, en ir a recoger así las<br />

impresiones mal comprensibles que os llegan de fuera. Quedaos tranquila, creedme y<br />

esperad que vuestro consejero o el señor Fremyn vengan a leeros...<br />

—¡La sentencia!... ¡No! ¡No!<br />

Y se puso a escuchar.<br />

Pasaba una mujer con sus amigas. Sombreros de fiesta, grandes ramos en la mano. El<br />

aroma de estas rosas subió como un bálsamo precioso hasta Juana, que lo aspiraba.<br />

—¡Por quien soy que este ramo y otros cien serán para él!... Como pueda, he de abrazar<br />

a ese digno varón.<br />

—Y yo también— dijo una compañera.<br />

—Pues yo lo que quiero es que me abrace él— afirmó una tercera.<br />

"¿De quién hablarán?",pensó Juana.<br />

—¡Oh, eso lo desea cualquiera! Es muy arrogante el hombre— comentó otra mujer.<br />

Y pasaron.<br />

—¡Hablan del cardenal! ¡Siempre él!— murmuró Juana—. ¡Ha sido absuelto, ha sido<br />

absuelto!<br />

Y pronunció estas palabras con tanto desánimo y certeza al mismo tiempo, que los<br />

conserjes, resueltos a no dar ocasión a una tormenta como la de la víspera, dijeron a la<br />

vez:<br />

—Señora, ¿por qué no queréis que el pobre preso sea absuelto?<br />

Juana sintió el golpe y notó sobre todo el cambio de sus huéspedes. No queriendo<br />

perder su simpatía, dijo:<br />

— ¡Oh! No me comprendéis. ¿Me creéis, acaso, tan envidiosa o mala que desee el mal<br />

de mis compañeros de infortunio? ¡Dios mío! ¡Que sea absuelto el cardenal, sí, pero que<br />

yo sepa al fin!... Creedme, amigos míos, es la impaciencia lo que me tiene así.

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