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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿No me abrazas, hijo mío?<br />

Y pronunció estas palabras en el tono con que el padre de un atleta griego usaría para<br />

agradecer a su hijo la victoria conquistada en el circo.<br />

—Querido padre, con todo el corazón.<br />

Pero se podía comprender que no había ninguna armonía entre el acento de estas<br />

palabras y su significado.<br />

—Vamos, ahora que ya me has abrazado, ve de prisa.<br />

Y le dio un ligero empujón.<br />

—¿Pero adonde queréis que vaya, monsieur? —preguntó Felipe.<br />

—Allá abajo.<br />

—¿Allá abajo?<br />

—Sí, cerca de la reina.<br />

—Oh, no, padre; no, gracias.<br />

—¿Cómo no, cómo gracias? ¿Estás loco? ¿No quieres ir a reunirte con la reina?<br />

—Es imposible; no penséis en eso, querido padre.<br />

—¿Cómo imposible? ¿Imposible ir a reunirte con la reina, que te espera?<br />

—¿Me espera a mí?<br />

—Claro. La reina que te desea.<br />

—¿Que me desea?<br />

Y De Taverney miró fijamente al barón.<br />

—Padre mío —dijo fríamente—, creo que os estáis olvidando de vuestro decoro.<br />

—Es asombroso, mi palabra de honor —dijo el anciano, irguiéndose y golpeando el<br />

suelo con el pie—. Felipe, hazme el honor de decirme de dónde vienes.<br />

—Monsieur —dijo tristemente el caballero—, tengo miedo de llegar a una conclusión.<br />

—¿Cuál?<br />

—Creo que os estáis burlando de mí, o bien...<br />

—¿O bien...?<br />

—O bien, y perdonadme, os habéis vuelto loco.<br />

El viejo estrujó un brazo de su hijo con tanto vigor que Felipe hizo una mueca de dolor.<br />

—Escucha, Felipe: América es un país demasiado alejado de Francia, lo sé.<br />

—Sí, padre; muy lejos, pero no comprendo qué queréis decir; explicaos, pues, os lo<br />

ruego.<br />

—Un país donde no hay ni rey ni reina.<br />

—Ni vasallos.<br />

—Muy bien, ni vasallos, monsieur filósofo. Yo no niego eso, aunque ese punto no me<br />

interesa. Me es igual. Pero lo que no me es igual, lo que me apena, lo que me humilla,<br />

es que yo también tengo miedo de llegar a una conclusión.<br />

—¿Cuál, padre? En todo caso pienso que nuestras conclusiones no se parecen.<br />

—La mía es que eres un necio, hijo mío, y esto no está permitido a un mozo ya<br />

experimentado como tú; mira, mira allá abajo.<br />

—Ya lo hago, monsieur.<br />

—La reina regresa, y esto por tercera vez; sí, monsieur, la reina vuelve por tercera vez;<br />

mira cómo aún se vuelve. Ella busca a alguien, al monsieur necio, al monsieur puritano,<br />

al monsieur de América. ¡Oh...!<br />

Y el viejecillo mordió, no con los dientes, sino con las encías, sus guantes grises.<br />

—Muy bien, monsieur —dijo el joven—, pero aunque fuera verdad, lo que no es<br />

probable, ¿es a mí a quien la reina busca?<br />

—¡Oh! —exclamó el viejo, enfurecido—. Ha dicho «aunque fuera verdad», pero ese<br />

hombre no es de mi sangre, no es un De Taverney.<br />

—Yo no soy de vuestra sangre —murmuró Felipe.

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