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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—¿Qué se dice?<br />

—Que esta vez no podréis libraros de la Bastilla.<br />

Reteau se sentó en el lecho y con voz tranquila dijo:<br />

—Aldegonde, hacedme una buena sopa y no os mezcléis en literatura.<br />

—¡Siempre lo mismo! —replicó la vieja—. Temerario como un gorrión en libertad.<br />

—Os compraré unos pendientes con los beneficios del número de hoy —le dijo el<br />

gacetillero, envuelto en una sábana de una blancura sospechosa—. ¿Han venido a<br />

comprar muchos ejemplares?<br />

—Ninguno, y mis pendientes no serán lo bastante relucientes si esto continúa. Os<br />

acordaréis de aquel buen número contra monsieur de Broglie; no eran las diez y ya se<br />

habían vendido cien números.<br />

—Y yo había cruzado tres veces la calle de los Vieux-Augustins. Cada ruido me daba<br />

fiebre; esos militares son muy brutos.<br />

—Por eso yo creo que el número de hoy no dará lo que dio el que dedicasteis a Broglie.<br />

—Quizá —dijo Reteau—, pero no tendré que correr tanto y comeré tranquilamente mi<br />

sopa. ¿Sabéis por qué, Aldegonde?<br />

—No lo sé, monsieur.<br />

—Porque en lugar de atacar a un hombre, ataco una institución; en lugar de atacar a un<br />

militar, ataco a una reina.<br />

—¿A la reina? Alabado sea Dios —murmuró la vieja—. Entonces, no temáis nada; si<br />

atacáis a la reina, seréis llevado en triunfo; vamos a vender muchos números y yo tendré<br />

mis pendientes.<br />

—Llaman —dijo Reteau, volviendo a meterse en la cama.<br />

La vieja fue a la tienda para recibir la visita.<br />

Poco después volvió a subir, tartamudeando de alegría.<br />

—¡Mil ejemplares! Mil de un golpe. Ved aquí el pedido.<br />

—¿A qué nombre?<br />

—No sé.<br />

—Es preciso saberlo; corred a ver.<br />

—Tenemos tiempo. Supone trabajo contar, empaquetar y cargar mil números.<br />

—Corred, os digo, y preguntad al criado... ¿Es un criado?<br />

—Es un comisionado, un auvernés.<br />

—Bueno, preguntadle adonde va a llevar esos números.<br />

Aldegonde obedeció en el acto. Sus gordas piernas hicieron gemir la escalera de<br />

madera, y su voz, mientras preguntaba, no cesó de resonar a través de las paredes de<br />

tablas. El comisionado contestó que llevaba aquellos números a la calle Neuve-Saint-<br />

Gilles, a Marais, casa del conde de Cagliostro.<br />

El gacetillero dio tal salto de júbilo que estuvo a punto de reventar el catre. Se levantó y<br />

activó él mismo el encargo, ayudando al único dependiente, una especie de sombra<br />

famélica, más transparente que las hojas impresas. Los mil ejemplares fueron cargados<br />

sobre las espaldas del auvernés, el cual desapareció por la verja, doblado bajo el peso.<br />

Monsieur Reteau se disponía a anotar para el próximo número el éxito de éste y a<br />

consagrar algunas líneas al generoso monsieur que había tenido la bondad de adquirir<br />

mil números de una publicación pretendidamente política. Reteau, decíamos, se<br />

felicitaba por haber hecho un conocimiento tan ventajoso cuando un nuevo<br />

campanillazo vibró en el patio.<br />

—Seguramente otros mil ejemplares —dijo Aldegonde, embriagada por el primer<br />

éxito—. Monsieur, esto no es extraño; en el momento en que se trata de la austriaca,<br />

todo el mundo os hará coro.

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