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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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—En todo.<br />

—Yo pienso, madame, que lo más urgente sería reparar la cocina, porque ahora que<br />

tenéis dinero pensaréis, creo yo, en comer, ¿verdad?<br />

—Silencio; llaman.<br />

—Madame se engaña —dijo la vieja, pues, como siempre, quería ahorrar pasos.<br />

—Os he dicho que sí.<br />

—Yo aseguro que no.<br />

—Id a ver.<br />

—No he oído nada.<br />

—Sí, como antes, que tampoco habíais oído nada. ¿Y qué habría ocurrido si las dos<br />

damas no hubiesen entrado?<br />

Este razonamiento pareció convencer al ama Clotilde, que se dirigió a la puerta.<br />

—¿Oís ahora?<br />

—Pues es verdad —dijo la vieja—. Ya voy, ya voy.<br />

Juana de la Motte se complació en hacer deslizar los cincuenta dobles luises de la mesa<br />

en su mano, y después los metió en un cajón del armario.<br />

Y murmuró al cerrar el cajón:<br />

—Gracias, Providencia, por este centenar de luises.<br />

Estas palabras las pronunció con tan escéptica avidez que habrían hecho sonreír a<br />

Voltaire.<br />

La puerta de la escalera se había abierto y un andar recio se oyó en la habitación<br />

contigua, y algunas palabras entre el visitante y Clotilde, sin que la condesa pudiese<br />

recogerlas.<br />

Después, la puerta se cerró, los pasos se perdieron en la escalera y la vieja entró con una<br />

carta en la mano, dándosela a su dueña.<br />

La condesa examinó la letra del sobre, preguntando:<br />

—¿Un criado?<br />

—Sí, madame.<br />

—¿Qué librea?<br />

—Sin librea.<br />

—¿Es, pues, un grisón?<br />

—Sí.<br />

—Conozco estas armas —dijo madame de la Motte, volviendo a mirar el sello.<br />

Después, aproximándolo a la lámpara, agregó: —Dos gules y nueve rombos de oro.<br />

¿Quién lleva gules y nueve rombos de oro?<br />

Y buscó un instante en sus recuerdos, pero inútilmente. —Veamos la carta.<br />

Y habiéndola abierto con cuidado para no romper el sello, leyó: «Madame, la persona<br />

que vos habéis solicitado podrá veros mañana a la noche, si sois tan amable de abrirle<br />

vuestra puerta.»<br />

—¿Esto es todo?<br />

La condesa trató nuevamente de hacer memoria.<br />

—He escrito a tantas personas... Veamos a quién he escrito yo... A todo el mundo. ¿Es<br />

un hombre o es una mujer quien me responde? La letra no dice nada, es insignificante.<br />

Letra de secretario... ¿El estilo? Estilo de protector, frío y ambiguo.<br />

«La persona que vos habéis solicitado.»<br />

—La frase tiene la intención de ser humillante. Creo que puede ser una mujer.<br />

«Podrá veros mañana a la noche, si sois tan amable de abrirle vuestra puerta.»<br />

—Pero una mujer habría dicho: «Os esperaré mañana a la noche». Es un hombre... Sin<br />

embargo, las damas de ayer vinieron y eran grandes damas. Y sin firma. ¿Quién lleva<br />

gules en nueve rombos de oro? ¡Oh...! —exclamó—. ¿He perdido la cabeza? Los

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