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EL COLLAR DE LA REINA

El collar de la Reina, libro segundo sobre la revolución francesa de Alejandro Dumas. - 1848

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Sin duda alguna la espantosa visión se había esfumado: reina, amante, acompañante,<br />

habían tenido tiempo de desaparecer. Charny pudo convencerse de ello mirando por<br />

encima de las paredes las huellas recientes de la partida de un caballero.<br />

Estos vestigios y algunas ramas rotas cerca de la reja de los baños de Apolo formaban la<br />

convicción del pobre joven.<br />

La noche fue un largo delirio. A la mañana siguiente no se había calmado todavía.<br />

Pálido cual un muerto, como si le hubieran puesto diez años encima, llamó a su ayuda<br />

de cámara y se hizo vestir de terciopelo negro, como un rico del Tercer Estado.<br />

Sombrío, silencioso, consumiendo todo su dolor, se encaminó hacia el palacio del<br />

Trianón en el momento en que la guardia acababa de ser relevada, es decir, hacia las<br />

diez.<br />

La reina salía de la capilla donde había oído misa.<br />

A su paso se inclinaban respetuosamente las cabezas y las espadas.<br />

Charny notó que algunas mujeres enrojecían de despecho al ver que la reina era muy<br />

hermosa.<br />

Bella era, en efecto, con sus hermosos cabellos peinados encima de las sienes. Su rostro,<br />

de trazos finos, su boca sonriente, sus ojos fatigados pero iluminados por una dulce<br />

claridad...<br />

De pronto divisó a Charny en el extremo de la fila. Se sonrojó y dio un grito de<br />

sorpresa. Charny no bajó la cabeza. Continuó mirando a la reina, que leyó en su mirada<br />

una nueva desgracia. Ella fue hacia él.<br />

—Os creía en vuestras posesiones, señor de Charny— dijo severamente.<br />

—He vuelto, señora— respondió el joven en tono breve y casi descortés.<br />

Ella, a quien jamás se le escapaba un matiz, quedó estupefacta.<br />

Después de aquel cambio de miradas y de palabras casi hostiles, María Antonieta se<br />

volvió hacia donde estaban las damas.<br />

—Buen día, condesa— saludó amistosamente a la señora de La Motte.<br />

Esta hizo un guiño familiar con los ojos.<br />

Charny, estremecido, miró más atentamente.<br />

Juana, inquieta por esta atención, volvió la cabeza.<br />

Oliverio la siguió mirando como hubiera hecho un loco, hasta que ella volvió de nuevo<br />

el rostro.<br />

Después la examinó estudiando su modo de caminar.<br />

La reina saludaba a derecha e izquierda, pero seguía sin embargo los gestos de los dos<br />

observadores; se dijo:<br />

"¿Habrá perdido la cabeza? ¡Pobre muchacho!"<br />

Y volvió de nuevo hacia él.<br />

—¿Cómo os encontráis, señor de Charny?<br />

—¡Muy bien, señora, pero gracias a Dios, menos bien que Vuestra Majestad!<br />

Y saludó a la reina en una forma que la asustó, como antes la había sorprendido.<br />

"Algo ocurre", pensó Juana siempre atenta.<br />

—¿Dónde os alojáis ahora?<br />

—En Versalles, señora.<br />

—¿Desde cuándo?<br />

—Desde hace tres noches— contestó el joven apoyando las palabras con la mirada, el<br />

gesto y la voz.<br />

La reina no manifestó la menor emoción; Juana se estremeció.<br />

—¿No tenéis acaso nada que decirme?— preguntó la reina a Charny con voz angelical.<br />

—¡Oh, señora, tendría demasiadas cosas que decir a Vuestra Majestad!<br />

—¡Venid, entonces!— ordenó ella bruscamente.

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